Desde el lunes pasado, un grupo de personas está acampando en las orillas de La balsa de la Bóbila, cerca de Llinars en la comarca del Vallés Oriental de Catalunya. Piden la intervención de la Generalitat para proteger este espacio que consideran de valor en el entorno local. También piden visibilizar el entramado de problemáticas que es el contexto de esta situación. La balsa es el resultado de años de excavaciones que ahora se traducen en paredes arcillosas que se levantan del agua como murallas. Aquí se extraía la arcilla para hacer los ladrillos que contribuyan a una economía ya más que local. El impulso de expansión llevó a ahondar cada vez más las cuchillas de las excavadoras en la tierra, hasta abrir una herida en la capa freática. Como muchas veces ocurre, hasta de las heridas puede salir algo bello y dador de vida, tal es la generosidad de nuestro planeta. Muchos años después, la mina se ha transformado en un oasis que, aun en esta época de sequía devastadora, sigue ofreciendo agua azul a una multitud de seres vivos. Los Abedules, como buenos pioneros que son, ya han ahondado sus raíces en la tierra revuelta, dando infraestructura a pequeñas comunidades de pájaros (entre los que escuché, el ruiseñor), anfibios e insectos. La Cola de caballo, una de las plantas más antiguas del planeta, también ha venido a ofrecer sus servicios, fijando nutrientes en el suelo para que otras plantas puedan encontrar un lugar acogedor en lo que instalarse. Es un espacio complejo: el daño ocurrido es evidente, a la vez, también es evidente el impulso de la Vida en reparar los daños, en regenerar, en crear comunidad. Pero esto no es fácil en nuestro mundo moderno. Hay otra manera de mirar esta balsa. Justo cuando la industria de la construcción estaba en su auge, la mina de la Bóbila se encontró con un problema importante. El agua empezaba a inundar el hueco generado por las excavaciones, dificultando considerablemente el trabajo y empujando los propietarios a gastar dinero en bombear el agua para quitarla del medio. En 2015 la empresa quiebra, su licencia caduca y las excavaciones paran. Este espacio que, después de ser lugar de producción de alimento para el pueblo, se había convertido en una fuente de ingresos más accesibles, en una época de grandes transformaciones económicas que desplazaron la agricultura a mercados competitivos e industrializados, se convierte en un lugar “inútil”. Tal lo clasifica la Generalitat en uno de sus informes: terreno sin interés. Así que, algunos emprendedores locales, posiblemente con ánimo de encontrar maneras de sacar adelante su subsistencia, deciden comprar este terreno para destinarlo a la descarga de tierra proveniente de obras. Cada camión de tierra que deposita su contenido aquí, volviendo a tapar el agua, significa dinero. Sacar dinero de la tierra hoy en día no es cosa fácil. Las poblaciones rurales son unas de las más desfavorecidas en nuestra economía. La agricultura ya se ha convertido en una ocupación completamente desvalorizada, en una economía globalizada e industrializada. Esto incita un uso del territorio que suele ser devastador: turismo, movimiento de poblaciones urbanas que no tienen ningún vínculo real con el entorno, o la construcción de polígonos y áreas al servicio de la industria, con sus consecuentes residuos. El valor de la balsa, dentro de este paradigma, es su capacidad de ser llenada de tierra. Mientras paseo por las orillas, destaca a mis ojos una montaña de tierra gris, completamente ajena entre los tonos rojizos de la arcilla local, que proviene de la creación de la línea 9 del metro que conecta el centro de Barcelona con el aeropuerto de El Prat. Nada podría ser más simbólico de la enorme complejidad que subyace a esta situación particular. La Bassa de la Bóbila se presenta en mi imaginario como una herida abierta desde la cual se pueden ver las múltiples fracturas de nuestra sociedad. La más fundamental es la rotura del vínculo afectivo con el territorio y la aniquilación de un sistema económico basado en la satisfacción de las necesidades vitales de todos los seres que lo habitan. Cuando la agricultura se transforma, desde una actividad arraigada en su comunidad a una empresa expansionista, la relación con el territorio se altera de una manera trágica. Además, la conquista y colonización de espacios rurales por parte de las ciudades, lo cual genera una mercantilización y degradación, no solo medioambiental sino también cultural, de estos espacios. Cuando el principio que sostiene nuestra economía es la acumulación de dinero a toda costa y la expansión sin límites, nuestra presencia en el medioambiente se convierte en un acto de parasitismo constante y desfrenado, generando un efecto domino que afecta todos los aspectos de la vida humana y non. Los problemas que se manifiestan en una esfera, tienen su origen en otra, y no se pueden arreglar por separado. Pensar en la Bassa de la Bóbila sin tener en cuenta este contexto de fractura social y cultural, me parece una mirada demasiado superficial para ofrecer una respuesta real a la problemática que está encarnando. No puedo evitar pensar en las voces de personas pertenecientes a culturas indígenas que he escuchado hablar en defensa de sus territorios. Para ellas, el agua, la tierra, los seres vivos, tienen un valor intrínseco, más allá del beneficio que le podemos sacar los seres humanos. Para ellas, el territorio no es un compendio de materia inerte, sino un entramado de relaciones vivas que tienen derecho a existir más allá de nuestros intereses humanos. Y tal vez, en su cosmovisión, no hay manera de entender nuestros intereses humanos desvinculados de este entramado de vida. Nuestra cultura está atravesando un punto de inflexión en este sentido. Necesitamos encontrar la honestidad y valentía de reconocer que desvincularnos de la comunidad de los seres vivos solo puede conducir a nuestra propia desaparición. Necesitamos hacer algo muy audaz y contra corriente para poder ofrecer a nuestra especie la posibilidad de seguir disfrutando de este maravilloso planeta, único en un sistema solar inconmensurable. Necesitamos volver a insertar nuestra economía, nuestras relaciones, nuestra cosmovisión, en la red de procesos que nos hermanan a todo lo que vive. Puedes firmar la petición Salvem la Bassa aquí. Canal de Telegram aquí .
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Hace una semana, estaba sentada alrededor de una mesa con un grupo de amigos y amigas activistas. Decidimos pasar el fin de semana juntas en la montaña, para poder tener tiempo de conocernos más, jugar y tener conversaciones que a veces son difíciles de tener.
Un tema que estaba rondando en la cabeza y los corazones de muchas de nosotras, era la tensión que se genera entre el deseo de vivir en la ciudad y el deseo de vivir en el campo. Así que nos tomamos el tiempo para poner en común nuestros sentires y nuestras experiencias. El punto de partida de la conversación era el deseo de jugar un papel activo en nuestra sociedad, para contribuir a una transformación hacia una cultura y una economía justa, solidaria e integrada en los ritmos y límites del ecosistema Tierra. ¿Desde dónde tiene más sentido jugar este papel? Nos preguntábamos. Aquí comparto las reflexiones que se han estimulado en mí a raíz de esta conversación. Entre placas tectónicas En el contexto actual, con la avalancha de crisis en múltiples niveles, hay una percepción de que, en algún momento, la vida en la ciudad será inviable. Es difícil imaginar cómo las ciudades reaccionarán a la crisis energética, a la crisis alimentaria que se perfila y a la crisis climática, con todo lo que esto implica. Siendo las ciudades organismos muy complejos, reorganizarse no parece algo muy fácil de llevar a cabo y menos en un plazo de tiempo muy breve. A la vez, la pandemia nos ha dado la oportunidad de ver qué tipo de iniciativas pueden surgir de las personas: grupos de apoyo muto y de cuidados que fueron capaces, en gran medida, de ofrecer respuesta a las necesidades básicas de una parte significativa de la población. Es reconfortante observar que, en muchas ocasiones, durante un cataclismo o una emergencia, la población es capaz de organizarse con rapidez alrededor de necesidades comunes, como tan bien explica Rebecca Solnit en su libro Un paraíso en el infierno. A la vez, la escasez de recursos naturales cómo el agua, el aire limpio, la madera para la calefacción y la falta de acceso a la tierra para la producción de alimentos, hacen de la ciudad un lugar muy vulnerable. Además, porque la distribución de estos recursos está actualmente en las manos de grandes empresas que, como todas empresas, tienen como objetivo fundamental el crecimiento de sus beneficios económicos y no la satisfacción de las necesidades básicas de las personas. A esto se suma que para muchas personas, vivir rodeadas de cemento y ruidos en una atmósfera altamente impersonal y frenética, no contribuye a su salud mental y emocional. Todo esto da pie a que se desarrolle un imaginario de vida rural como el refugio que puede proporcionar paz, resiliencia y comunidad. En casi todas las conversaciones que he tenido a lo largo de los años sobre este tema, ir a vivir en el campo se imagina en colectivo. Me parece natural, nuestros antepasados, que vivían en entornos rurales, no vivían solos, sino incrustados en una red de relaciones estrechas y estables. Hay algo en nuestra psique que pide volver a este tipo de situación. A la vez, nuestra psique parece estar dividida, balanceándose en la grieta que separa distintas placas tectónicas. Por un lado, estamos acostumbradas a la percepción de conexión y facilidad que la ciudad proporciona. Digo percepción porque en un análisis más riguroso de la situación, no estoy segura de que vivir en la ciudad nos permita tener más relaciones y con más facilidad. Solo piensa en cuando es la última vez que ha sido fácil quedar con tus amigos para pasar una tarde juntas. Piensa en cuantas nuevas relaciones de calidad has establecido en los últimos 6 meses. Pero ciertamente, la ciudad está ahí con las puertas abiertas, diciéndonos que, si en algún momento lo necesitamos, tiene todo lo que queremos para satisfacernos: personas, objetos, experiencias. La ciudad nos ofrece inmediatez y facilidad en muchas cosas: podemos encontrar comida en cada esquina, podemos satisfacer nuestra necesidad de diversión y estimulación. Tenemos acceso, aunque no lo llegamos a utilizar. Y por supuesto, muchas veces este acceso está mediado por el dinero. Desde el punto de vista del activismo, la ciudad es extremadamente estimulante. Podemos contactar con muchos grupos diferentes que están trabajando sobre una variedad de temas interesantes. Tenemos la sensación de fermento y actividad, de no estar solas con nuestras preocupaciones. También, ser activistas en la ciudad nos da la sensación de tener más impacto y de llegar a más gente. Por otro lado, está la sensación de desgaste, de que todo cuesta mucho, de que al final, las personas realmente activas en los movimientos sociales somos pocas, que todo va mucho más lento de los que nos gustaría, que por mucho que estemos activas, los problemas siguen haciéndose más grandes. Valoramos la facilidad, estimulación y conexión que la ciudad nos ofrece, a la vez anhelamos un ritmo más lento, unas relaciones más cercanas y el contacto con la naturaleza. Las placas tectónicas tiemblan y no sabemos por qué lado decantarnos. Hay pérdidas y ganancias en ambos, pero no es fácil valorar cuál de los lados es el mejor, en el balance total. A veces aparecen fantasmas en este tipo de reflexión, como por ejemplo la idea de que tenemos que salvar el mundo, salvar las muchas personas que viven en las ciudades, todavía inconscientes de la gravedad de la situación (a mí personalmente no me gusta admitirlo, pero creo que un poco de síndrome de Superman se me ha filtrado). También hay idea de que salir de la ciudad es egoísta, cobarde incluso. Que desde el campo no podremos incidir con la misma facilidad sobre las estructuras políticas y económicas que generan opresión. Como muchas veces sucede en esta cultura binaria, nuestra manera de pensar las cosas hace que parezcan contrapuestas e irreconciliables. O es una cosa o es la otra. O vivimos en la ciudad y lo damos todo por el cambio social o nos retiramos al campo y nos cerramos en una burbuja. O disfrutamos de todo lo que la ciudad ofrece hasta que se desmorone o renunciamos a esto para poder sobrevivir al colapso. En mi opinión, esta no es la manera más divertida de pensar en qué hacer con nuestras vidas. Pensar como un árbol No puedo ocultar que tengo una preferencia clara que me ha llevado a vivir toda mi vida adulta lejos de la ciudad, en la que me he criado. En los últimos años me he vuelto a acercar, aunque manteniendo una distancia prudente, movida por mi deseo de participar en espacios de activismo. La vida en el campo me ha ensañado a pensar de otra forma. El contacto constante con otros seres vivos y la presencia palpable de los varios ciclos que gobiernan la vida (las estaciones, los ciclos lunares, las cosechas, etc.) me han aportado la posibilidad de pensar de una manera cíclica y menos compartimentada. Así que mi manera de acercarme a esta reflexión parte desde la escucha de mi cuerpo. ¿En qué fase vital está mi organismo, cuáles son sus necesidades específicas en este momento? Percibir esto con claridad me ayuda a orientarme. Me ayuda a ubicarme en el territorio de mi vida. También me ayuda reconocer cuál es mi función en este momento y cuáles son las relaciones que me conectan a otros seres. En la naturaleza encontramos mucha inspiración para salir de lo binario y entrar en una complejidad rica en texturas y matices. Estar en la ciudad no es el opuesto de estar en el campo. Las raíces de un árbol no solo sacan nutrientes de la tierra, sino también los transmiten en la red de micelio. Las hojas reciben CO₂ y lo procesan para compartirlo con otros seres que se nutren de oxígeno. ¿Cómo sería transformar la manera de plantearnos las preguntas? En lugar de crear opuestos donde solo una opción es posible, ¿cómo sería pensar en términos de relaciones que se pueden establecer, de procesos que puedan transformar una cosa que ya no sirve en un contexto en algo que pueda servir en otro? En la naturaleza todo sirve. Una hoja cuando cae no deja de cumplir su función al servicio de la vida, sino que se adapta a una nueva función, incluso se despoja de su forma y estructura, convirtiéndose en suelo fértil. Una hoja no es hoja para toda la vida, pasa por diferentes ciclos hasta convertirse en algo completamente distinto. En la complejidad de la realidad actual, creo que nos puede ayudar pensar como árboles. La ciudad, o más bien las personas que la habitan, pueden cumplir una función muy necesaria en el entramado de la vida, generando conexiones, ideas, imaginarios, artefactos, experimentos, propuestas. El campo también cumple una función necesaria, ofreciendo tierra, literalmente, espacios para regenerarse, para poner en práctica, para aprender de lo no-humano, para redimensionar y gestar. La cuestión fundamental es ¿qué relación se establece entre estas realidades? Si escuchamos nuestros organismos, es muy probable que nos darán señales que nos ayudarán a ubicarnos en un espacio u otro, según las necesidades del ciclo vital en el que nos encontramos y las funciones que estamos desarrollando en servicio de la vida. Desde ahí, ¿cómo nos conectamos y alimentamos la relación con otros seres? Crear espacios de encuentro, de diálogo, de compartir, de crear juntas y apoyarnos mutuamente, ¿no será esta una manera más orgánica de encontrar nuestro camino? Si nos alejamos de los cálculos y especulaciones abstractas del intelecto y nos sintonizamos con la realidad del cuerpo, su deseo profundo, su llamado, tal vez podemos comprender cuál es el sentido, no de toda nuestra vida, sino de este momento en nuestra vida. Creo que esto nos facilita aceptar las inevitables limitaciones, dificultades e incoherencias que cualquier situación implica, y vivirlas desde un lugar más amplio, más paciente, más arraigado. Te invito a considerar las siguientes preguntas: ¿A quién o a qué estás ofreciendo alimento, sostén y refugio en este momento? ¿Qué recursos te permiten cumplir con esta función? ¿Quién/qué te alimenta, sostiene y ofrece refugio? ¿A qué seres debes reconocimiento y gratitud? ¿Sientes que se aproxima un cambio de estación en tu etapa vital o siente que estás en el pleno de una estación, desarrollando todavía algo importante? ¿Hay necesidades tuyas que llevan tiempo sin poderse cumplir y esto ya te empieza a pesar? ¿Qué relaciones podrías establecer con otros seres para poder cubrir estas necesidades? ¿Cuál es el territorio en el que sientes que tu cuerpo pertenece? ¿Qué semillas están durmiendo en la tierra de tu vida? ¿Qué ritmo pide tu organismo en este momento de tu vida? ¿Hay algo que necesitas aprender, desarrollar o soltar para poder avanzar en tu camino? ¿Qué red de apoyo te puede sostener en todo esto? Espero que te des todo el tiempo que necesitas para contestarte y para observar que se despierta en ti a raíz de las respuestas. Puedes acompañar la lectura de este artículo con el pódcast donde conversamos con Carlos Herrero, músico del grupo tradicional y experimental El Naan, sobre ruralidad, tradición, activismo y muchas más cosas. Tabién puedes dejar tu propia reflexión aquí abajo o entrar en el grupo de Telegram donde comaprtimos reflexiones y experiencias en comunidad. Aquí dejo una traducción y adaptación del artículo de George Monbiot en el diario The Guardian en octubre del 2021.
Capitalism is killing the planet – it’s time to stop buying into our own destruction Hay un mito sobre el ser humano que no se contrasta con la evidencia. Dice que siempre anteponemos nuestra supervivencia a cualquier cosa. Enfrentados como estamos a la crisis climática, parece que doblamos nuestros esfuerzos para destrozar y consumir más. Parece que hay una voz en las profundidades de nuestra mente, que dice:”Bueno, si fuera realmente tan serio, alguien nos pararía”. Es imposible ver esto como un instinto de supervivencia. Esta es la información que tenemos. Sabemos que nuestra vida depende de sistemas complejos como la atmósfera, las corrientes oceánicas, el suelo, en fin, la red de la vida en el planeta. Las personas que investigan los sistemas complejos han descubierto que se comportan de manera muy consistente, independientemente de si es un sistema bancario o una selva tropical, su comportamiento sigue ciertas normas matemáticas. En condiciones normales, el sistema se autorregula y mantiene su equilibrio, pero, bajo ciertos niveles de estrés, pasa un punto de inflexión que altera definitivamente su manera de funcionar. Cuando un sistema se altera, tiene un efecto dominó sobre otros sistemas que dependen de él. Esto es lo que ha provocado las extinciones masivas del pasado. Sabemos que nuestra supervivencia depende en que los sistemas del planeta tierra mantengan su equilibrio. También sabemos que muchos de ellos están dando señales de haber llegado a un punto de inflexión. Esperarías, de una especie inteligente como la nuestra, que en respuesta a toda esta información, de forma rápida y contundente. Pero no parece ser el caso. En un estudio del grupo de análisis mediática Albert, sabemos que la palabra “pastel” ha sido utilizada en los medios de comunicación 10 veces más que las palabras “cambio climático” en 2020. Es una ratio que refleja el compromiso de mantener la catástrofe global que nos espera en la sombra. El discurso público está dominado por trivialidades que hacen prácticamente imposible centrar la atención en la crisis que tenemos delante. Hay una especie de moscas que solo pueden depositar sus huevos en el agua del río si consiguen romper la superficie del agua. Si no, no pueden reproducirse. Parece que los humanos estamos en una situación parecida: o conseguimos penetrar la capa de frivolidades que distraen nuestra atención o estamos destinados para la extinción. Esta distracción incluso puede dominar nuestro discurso cuando intentamos centrarnos en la cuestión de la crisis climática, poniendo nuestra atención en cosas marginales, lo que llamo Gilipolleces del Micro Consumo (micro-consumerist bollocks) como el uso de pajitas de plástico en lugar de las fuerzas estructurales que nos están empujando hacia la catástrofe. Incluso llegamos a sentirnos en paz porque estamos reciclando o llevando un tote bag. La grande transición política de los últimos 50 años, empujada por el mercado corporativo, ha cambiado la estrategia desde un abordaje colectivo en la resolución de los problemas sociales, a uno individual. No es difícil entender el porqué en este cambio de estrategia, como ciudadanos que demandan un cambio estructural somos peligrosos, como consumidores no. En su grande libro Life and Fate, Vasily Grossman, analiza la época de Hitler y Stalin demostrando que la grande debilidad humana es una propensidad a la obediencia por en cima de la supervivencia. Si consiguiéramos penetrar la capa de frivolidades que nos ocupa a diario, lo primero que nos confrontaría es el tema del crecimiento. Los gobiernos miden su bienestar en relación con la ratio de crecimiento del país. Si alcanzáramos los objetivos del IMF y el Banco Mundial, que quieren un incremento del 3% en el crecimiento de la economía, significaría que todos los daños medioambientales que estamos viendo ahora se doblarían en los próximos 24 años. Todo esto se debe al sistema económico que nadie quiere nombrar: el capitalismo. Si le preguntamos a una persona en la calle de definir el capitalismo, dirá que es algo que tiene que ver con la emprendedoría y el mercado internacional. No se menciona con tanta facilidad el hecho de que este sistema se basa en el extractivismo, que a su vez se basa en el colonialismo. El capitalismo también hipoteca el futuro robando las generaciones venideras de su posibilidad de vivir dignamente. Estamos utilizando todos los recursos disponibles, dejando nada para el futuro. Aunque el capitalismo pueda tener sentido a un nivel teórico, en la práctica no es nada más que un esquema piramidal que necesita de una base en constante expansión. Pero, ¿es esta la esencia del capitalismo? No, el capitalismo solo es un medio para obtener riqueza. No importa lo muy ambientalista que te consideres, la causa principal de la crisis climática no es tu actitud, es tu manera de consumir. Es la manera en la que gastas tu dinero. Aunque te puedas convencer a ti misma que eres una consumidora ecológica, sigues siendo una consumidora. Prevenir el aumento de 1,5C en la temperatura global, quiere decir que las emisiones de dióxido de carbono no pueden superar las 2 toneladas por persona al año. Pero, las consumidoras promedia del mudo desarrollado consume alrededor de 70 toneladas. Bill Gates solo consume 7,500 toneladas, principalmente volando en su avión privado. Los mega ricos del mundo pueden estar conduciendo coches eléctricos y poner paneles solares en sus grandes villas, pero esto no hace nada en absoluto para reducir las emisiones a una escala global. Hay un umbral de pobreza bajo el cual nadie debería estar y tampoco nadie debería estar por encima. Pero, el gran daño que la riqueza desproporcionada oculta, es la cultura de la obediencia. Toleramos esta situación de desigualdad porque la narrativa capitalista nos ha dicho que la riqueza es el fruto del duro trabajo individual y que, por lo tanto, es un asunto individual el nivel de riqueza que una persona pueda acumular. La realidad es que las grandes riquezas son el producto de la explotación y la injusticia social. No necesitamos impuestos sobre las emisiones de CO2 sino sobre la riqueza. En nuestra indiferencia hacia los mecanismos que gobiernan nuestra economía, estamos acomodando los deseos de la clase explotadora, permitiendo el degrado ambiental hasta el punto que esto amenaza nuestra supervivencia. Los grandes agentes de cambio como Gandi o M.L. King sabían que un cambio sistémico solo se produce cuando una grande cantidad de personas se movilizan para demandarlo y hacerlo posible a través de sus acciones cotidianas. Nuestra vida depende de la desobediencia. Economía, como ecología, es una palabra que nos lleva a las raíces, al hogar. Su etimología
griega, oikos, apunta al arte de administrar los recursos de la casa. Así que las dos palabras, economía y ecología, se refieren a algo inseparable, ya que nuestra casa es el planeta tierra. Sin embargo, son pocas las veces que en la narrativa económica se hace referencia a nuestra casa desde la perspectiva ecológica. Siguiendo la línea marcada por los artículos anteriores (Cuestionando el paradigma del colapso), vamos a intentar trazar la trayectoria de nuestra historia económica para entender la situación actual. El intercambio La casa es donde encontramos la satisfacción de nuestras necesidades más fundamentales: el afecto, el alimento, el descanso y la protección. Para que nuestra casa nos pueda propiciar esta satisfacción, debe tener ciertos recursos. Desde tiempo inmemorable (se especula que a partir de los últimos siglos del Paleolítico), los seres humanos han intercambiado recursos para dotar a sus casas de todo lo necesario para cumplir con su función. El intercambio era (y sigue siendo en cierta medida) una modalidad de vinculación entre seres humanos. En el intercambio no sólo se trasladan objetos, sino también valores y cualidades: honestidad, confianza, respeto, generosidad, admiración y por supuesto, todo lo contrario. El objeto se convierte en el punto de encuentro entre diferentes personas, y alrededor de este intercambio se generan diálogos, historias y cultura. El dinero, en su primera instancia, se utilizó como una herramienta para facilitar el intercambio, pero el foco seguía en el objeto. Los bienes intercambiados tenían una relación directa con la satisfacción de una necesidad real y concreta. El dinero, en cambio, no tiene valor intrínseco sino simbólico, su función se basa en la confianza de que este valor simbólico será reconocido por otras personas que estarán dispuestas a intercambiarlo por objetos. Así que mientras el dinero se empleó de esta manera, siempre estaba vinculado a cosas concretas y, por lo tanto, dentro de los límites de la realidad. El intercambio de dinero por servicios solo apareció en las ciudades-estados de los primeros grandes imperios, donde se empezó a separar el trabajo en áreas de especialización. Entre el 3000 a.C. y el siglo XVIII el dinero mantuvo esta connotación concreta, no existía el concepto de ahorro en general y la acumulación de dinero se consideraba moralmente problemática, ya que se entendía el mundo como un espacio finito, con una cantidad de objetos limitada. En consecuencia, tener más objetos de lo que le correspondía a una persona significaba haberlos quitado a otra, que se quedaría sin. Esto, obviamente, no preocupaba mucho a los reyes e imperadores que siguieron acumulando fortunas durante estos siglos, efectivamente privando a las demás personas de la posibilidad de satisfacer sus necesidades. Tal vez podemos entender la acumulación y el ahorro también como un síntoma de la ruptura en la confianza entre ser humano y naturaleza. Si percibimos la naturaleza como una madre que nos ofrece todo lo que necesitamos, en una relación de respeto mutuo, no hace falta ahorrar ni acumular. Lo que sí es necesario es mantener esta relación de respeto y cuidado mutuo. Si, en cambio, percibimos la naturaleza como una fuerza hostil y escasa, nuestra relación con ella cambia dramáticamente. Ya vimos en los artículos anteriores cómo la relación entre ser humano y naturaleza se alteró alrededor del Neolítico y cómo esto, poco a poco, fue cambiando todo. La narrativa del progreso Otro momento histórico que cambió radicalmente las cosas fue el avance tecnológico que empezó en la época del iluminismo. El foco de la cultura se movió hacia el intelecto, estableciendo paulatinamente la ciencia como referencia, en lugar de la religión. Este cambio trajo un concepto nuevo en la cultura occidental: la idea del progreso. Esta época consolidó aún más la separación del ser humano de la naturaleza. Aunque ya existía la narrativa del humano como dueño del mundo natural (Génesis), esto se entendía en términos de ser un buen administrador, ya que el mundo natural todavía se consideraba como manifestación de la magnificencia de Dios. La naturaleza limitaba las acciones de los humanos, como una madre limita las acciones de un niño y no le deja comerse todo el pastel. La tecnología y el progreso ofrecieron al niño humano la posibilidad de rebelarse y desafiar estos límites. La tecnología ofreció un caudal para la imaginación, para que se extendiese mucho más allá de las fronteras de lo "real" y el progreso sembró la creencia de que el futuro se dibujaría como una línea recta ascendiente en la historia de la humanidad, siempre a mejor. Todavía en nuestra cultura, la idea de progreso parece un mandato que se tiene que cumplir a toda costa, algo que a veces parece confundirse incluso con nuestra biología, como algo inevitable. El progreso significa la liberación del ser humano del yugo de la naturaleza, de sus limitaciones, percibidas como algo nefasto, que impide al ser humano expandirse hasta su máximo potencial. Por supuesto, apoyándose en la narrativa de la supremacía del humano sobre el resto de los seres vivos, su derecho a la expansión máxima es algo completamente indiscutible, cueste lo que cueste. Nuestra cultura está llena de referencias a lo de "romper los límites" como algo sinónimo con lo mejor del ser humano. Con el alejamiento de las creencias religiosas, la naturaleza dejó de ser un sujeto sintiente y se convirtió en materia inerte, este cambio allanó el camino para el capitalismo. Hipotecando el futuro Esta confianza extrema en la tecnología, como nuestra salvadora, ha generado el imaginario de un futuro siempre mejor, en otras palabras, cada vez más libre de limitaciones. También, respondiendo a la narrativa del Genésis en la cual la vida del ser humano estaría marcada por el esfuerzo, el progreso es sinónimo con comodidad, no con felicidad. En términos económicos, esto se traduce en que el dinero no tiene que estar vinculado con objetos reales, sino también puede vincularse con objetos que todavía no existen, pero que, gracias a la tecnología, seguro existirán. Esto introduce el crédito como componente esencial de la economía moderna. La posibilidad de obtener dinero, no a cambio de algo concreto, sino a cambio de una promesa. El dinero se puede intercambiar por más dinero, no hace falta producir objetos, sino mantener la promesa viva, aunque sea a tiempo indeterminado. El capitalismo se basa en esta premisa, que siempre habrá más. En un principio, varios factores contribuyeron al comienzo de capitalismo, uno de ellos fue la colonizacción los territorios pertenecientes a las poblaciones indígenas de los diferentes continentes. La concepción de que "siempre habrá más", todavía estaba vinculada a la posibilidad de apropiarse de más recursos concretos. Con el capitalismo moderno, el "más" se refiere a la confianza en que la tecnología nos permitirá extraer más recursos y crear más objetos, independientemente de su utilidad. O simplemente que se generará más impulso de consumir en las personas, aunque lo que consumen no responde en absoluto a sus necesidades reales. Así que el crédito se convierte en una apuesta colosal, cuya ilusión de éxito se tiene que mantener viva a toda costa. Crédito/deuda, trabajo asalariado y beneficios, son unos de los pilares del capitalismo, no hay responsabilidad ética o moral que pueda interponerse a estos principios. Si así fuera, no estaríamos viendo el nivel de explotación y esclavitud a lo que están subyugadas las poblaciones del sur global. Por esta razón el capitalismo es la fuerza impulsora de grandes injusticias sociales, ya que el capitalismo no tiene que rendir cuentas a nadie, lo único que necesita garantizar es el beneficio y el crecimiento. El beneficio de quien tiene la propiedad del capital, obviamente. A nivel ideológico, el capitalismo no puede reconciliarse con la finalidad del planeta, con los límites físicos que el planeta nos marca. El capitalismo reniega de esto como cualquier adolescente que reniega de las normas de sus padres. Por supuesto, en el caso del adolescente, ésta es una etapa necesaria en la construcción de su persona, en el caso de nuestra cultura, el capitalismo se parece más bien a algún tipo de trastorno delirante. La situación de colapso que estamos atestiguando es el choque de este delirio con la realidad: la Tierra tiene límites y no parece muy sabio luchar en contra de ellos. Atrapadas en la rueda del hamster Con su necesidad de expansión, el capitalismo ha impulsado la economía global, algo que puede parecer solidario y unificador pero que, en la realidad es todo lo contrario. Este sistema global ha alterado de manera extremadamente peligrosa la economía de cada territorio, imponiendo leyes que sólo sirven para mantener el mercado, desplazando la producción de alimentos y debilitando así la soberanía alimentaria de los países. La complejidad de la economía global hace que sea ahora un rompecabezas de primer orden saber por dónde empezar a desmontarla, si es que hubiera la intención de hacerlo. La subsistencia de poblaciones enteras, especialmente en áreas urbanas, está atrapada en estructuras que, si colapsaran de golpe, generarían verdaderos estragos. Por esta razón se sigue manteniendo de pie, aunque las señales de su inminente derrumbe se hacen cada vez más evidentes. Una transición lo más ordenada posible y bien planificada se hace imprescindible, para evitar el caos que se perfila con la crisis energética, debida al fin de los combustibles fósiles que han alimentado la expansión de la economía capitalista. El cuidado del hogar Pero cabe la pregunta ¿una transición hacia qué? Habiendo identificado el trayecto de la economía hasta aquí, podemos atrevernos a nombrar algunos elementos que podrían ser de guía en la creación de otros sistemas, volviendo a unir la economía con la ecología. Nuestra percepción del mundo natural como materia inerte necesita transformarse en apreciación y agradecimiento, recuperando la consciencia de que nuestra vida humana depende y es interconectada con la vida de todos los otros seres vivos. Nuestra percepción de que el ser humano es el ser más importante en el planeta, necesita recuperar cierta humildad y aceptar que somos una especie más en el gran despliegue de formas en las que la vida se expresa. Nuestro miedo a la muerte, a la incomodidad, a la imprevisibilidad de la vida, necesita encontrar algo de aceptación y serenidad, para que no se traduzca en comportamientos obsesivos en búsqueda de un sosiego que no puede llegar consumiendo el planeta. Recuperar nuestra dimensión espiritual, dar valor a las relaciones y aprender a cultivarlas, podría ser la nueva riqueza. Tal vez nos serviría volver a la raíz etimológica de la palabra economía y recuperar la idea de gestión del hogar, añadiendo una cualidad que posiblemente hemos aprendido a considerar como central: el cuidado. Imaginemos un hogar, una familia, en la cual la preocupación por la satisfacción real de las necesidades de sus integrantes es remplazada por el ansia de expandir cada vez más el tamaño de la casa, como si fuera una obsesión. El estrés gobernaría tal ambición, deteriorando las relaciones y privando el hogar de su función principal: ofrecer cobijo, seguridad, descanso, regeneración y alimento. El hogar se convertiría en un campo de batalla, generando conflictos interna y externamente, con las vecinas y la comunidad. Si, como cultura, pudiéramos salir de esta fase de adolescentes rebeldes, podríamos volver a relacionarnos con nuestra madre, la Tierra, desde el respeto y la aceptación voluntaria de sus limitaciones, no como un desafío, sino como algo intrínseco a la realidad de este planeta. Podríamos re-aprender a encontrar la abundancia (entendida como la capacidad de regeneración y no de acumulación) dentro de estos límites. Sustituir el concepto de abundancia con el concepto de plenitud y satisfacción, aprendiendo a reconocer cuando tenemos suficiente, nos traería cierta paz y sosiego. El valor de nuestra vida entonces no se mediría en la cantidad de dinero que podemos acumular, sino en la cantidad de belleza, sentido y harmonía que podemos generar en nuestro entorno y en nuestras relaciones. El dinero, en lugar de ser una entidad con vida propia, un fantasma hambriento que demanda siempre más comida sin nunca encontrar saciedad, volvería a ocupar su lugar, como herramienta de intercambio. Libros y recursos que me han ayudado a escribir este artículo Trade and Production Through the Ages- Editors: Ertekin Doksanalt, Erdoan Asla Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad- Yuval Noah Harari The emergence of an international food system - Kelly Reed and Lisa Lodwick Talking to my daughter about capitalism- Yanis Varoufakis Degrowth: A Theory of Radical Abundance [PDF] [PDF in Spanish]- Jason Hickel A Green New Deal Without Growth? [PDF]- Jason Hickel, Riccardo Mastini and Giorgos Kallis Colapso- Carlos Taibo Everybody talks about capitalism- Kajsa Ekis Ekman, TED talk Propongo a continuación una traducción y adaptación que he hecho al excelente artículo de Jem Bendell, creador del proceso Deep Adaptation (Adaptación Profunda). Ensayo sobre la comunicación científica
por Jem Bendell artículo original https://jembendell.com/2022/08/03/dont-be-a-climate-user-an-essay-on-climate-science-communication%EF%BF%BC/ Observando la narrativa general que se está utilizando en los medios de comunicación para hablar sobre la crisis climática, parecería que hay una estrategia que más o menos intenta enviar este mensaje: la situación es mala pero las autoridades pueden resolverla si nosotros, el público en general, hacemos lo que nos dicen mientras apoyamos los subsidios para tecnologías no probadas y criticamos a cualquiera que no comparta la fe en la tecnología, la empresa, la autoridad y la obediencia. Esta narrativa significa que nunca debemos preocuparnos tanto como para abandonar lo que estamos haciendo para desafiar al sistema y sus élites. En los próximos años, es probable que esta narrativa sea aplicada por portavoces del establecimiento, organizaciones de medios e incluso algoritmos de Bigtech que suprimen puntos de vista alternativos. ¿Cuánto calor es inevitable? Desafortunadamente tanto para la humanidad como para la vida en la tierra, algunos análisis sugieren que, independientemente de lo que la humanidad pueda hacer para frenar las futuras emisiones de gases de efecto invernadero, los niveles peligrosos de calentamiento ya son ciertos, encrustados en la atmósfera por emisiones pasadas. Es incierto cuánto calentamiento se está acumulando y cuán peligrosos y rápidos serán los impactos, al igual que cuánto nuestros esfuerzos actuales y futuros podrían reducir el riesgo de daños catastróficos. El científico Dr. James Hansen, ex director del Instituto Goddard de la NASA, en 1988 alertó el senado de EUU, diciendo que ya se estaba detectando un calentamiento que estaba afectando los eventos climáticos. Esto fue un desafío para la comunidad científica que hasta entonces solo se centraban en mirar los ciclos de retroalimentación climática rápidos, asumiendo que la retroalimentación más lentas (como la desintegración de la capa de hielo, el aumento del nivel del mar y la muerte regresiva de la vegetación) se daría de forma ordenada y linear, y que por lo tanto se podrían controlar con una reducción de las emisiones. Hansen y sus colegas difícilmente son atípicos: muchos científicos ahora argumentan que la climatología dominante ha estado minimizando la sensibilidad del clima al aumento de las concentraciones atmosféricas de CO2. Más bien, "el cambio climático está afectando al planeta más rápido de lo que los científicos pensaron originalmente", explica incluso el IPCC, científicamente cauteloso. Si usamos los registros geológicos para mirar hacia atrás hace unos tres millones de años, un tiempo que llamamos el período cálido del Plioceno medio, encontramos niveles de CO2 en los niveles actuales o más bajos, con temperaturas globales 3°C más altas que las que experimentamos actualmente. Debido a que 3 es un número pequeño, escribir alrededor de 3 °C puede no parecer muy preocupante. Pero significa algo mucho más significativo. Porque es un promedio para todo el planeta, sobre mar y agua, noche y día. Con un aumento de la temperatura ambiente global de solo 1,2 °C por encima de los niveles preindustriales, los países ya están experimentando extremos de calor increíbles y una mayor volatilidad de las temperaturas, los vientos y las precipitaciones. Es fácil entender porque estos discursos no gustan: significan que no podemos pretender que la reforma del capitalismo funcione. Significa que no podemos afirmar con confianza que las sociedades industriales de consumo puedan hacer la transición a una nueva forma de vida. Son estos factores altamente humanos los que ayudan a explicar por qué en las últimas décadas el establecimiento de la formulación de políticas ha pasado de preguntarse si ocurriría un cambio climático provocado por el hombre, a preguntarse si sería un problema, para luego negociar qué niveles de cambio climático podrían ser peligroso. Durante ese tiempo, las interpretaciones de los registros paleontológicos brindaron datos mucho más desafiantes que los modelos informáticos de predicción. Vale la pena recordar que a fines de la década de 1980, la serie de audiencias del Congreso de EE. UU. que culminó con el testimonio del Dr. Hansen ya había establecido de manera concluyente en la política de alto nivel que la mitigación climática requeriría descarbonizar y reestructurar los sectores energéticos de las principales economías del mundo. Era un desafío económico y geopolítico que ningún partido político mayoritario estaba dispuesto a asumir. El establecimiento del IPCC se produjo mucho después de eso y no llegó a conclusiones tan claras sobre la necesidad de transformar las economías hasta 2022, 30 años después. La narrativa del “ sí, todavía se puede frenar la crisis climática”, basada en los modelos digitalizado de predicción, ha servido para mantener el estatus quo de de las industrias fósiles y sus lobbies políticas y del sistema capitalista en general, ofreciendo un falso horizonte de esperanza que no cuestionara de manera fundamental este mismo modelo. Sin embargo, incluso los modelos digitalizados están diciendo ahora que “no, no se puede frenar la crisis climática”. Un estudio publicado recientemente, ha concluido que habrá una "aparición retrasada de aumento de temperatura global incluso después de la mitigación de emisiones", lo cual quiere decir que incluso logrando cero emisiones netas de inmediato, habría un mayor calentamiento global hasta 2033. Otro documento que revisó los resultados de la última generación de los modelos climáticos concluyeron que, con los niveles actuales de CO2, estamos destinados a superar los 1,5 °C como mínimo. La historia clave que debería haber llegado a los titulares mundiales en los últimos años es que los últimos modelos predicen resultados más calientes, más rápidos y más desestabilizadores de los gases de efecto invernadero que los modelos más antiguos. Incluso los modelos relativamente simples pueden mostrar que se pueden desencadenar ciclos de retroalimentación que se refuerzan a sí mismos, en los que el aumento de las temperaturas derrite el permafrost, lo que libera enormes cantidades de metano, que luego impulsa un mayor calentamiento global, y así sucesivamente. Todos los modelos que acabo de describir incluían el funcionamiento continuo de los ecosistemas para absorber CO2 de la atmósfera. Pero tal suposición ya no es creíble. Usando conjuntos de datos satelitales de alta resolución, un estudio a principios de 2022 encontró una duplicación de las emisiones de carbono por la pérdida de bosques tropicales durante la última década. Estas tendencias no se han tenido en cuenta explícitamente en las evaluaciones recientes, incluido el último informe del IPCC. La preocupación aún mayor es que los principales bosques pasen de ser sumideros o absorbentes de CO2 a fuentes, debido a los incendios forestales y la desecación de los suelos. Un estudio informó en 2022 sobre "evidencia empírica directa de que la selva amazónica está perdiendo resiliencia, arriesgándose a morir con profundas implicaciones para la biodiversidad, el almacenamiento de carbono y el cambio climático a escala global". Otra preocupación es que la complejidad de los sistemas naturales nos impide saber dónde se encuentran los umbrales hasta que se han cruzado. Eso significa que no sería científico expresar una gran confianza en que mantenerse por debajo de una cierta cantidad de aumento de la temperatura media global en la superficie evitará que se active cualquier punto de inflexión. La investigación actual sugiere que los elementos de inflexión en el sistema de la Tierra pueden desestabilizarse entre sí, por ejemplo, al reducir los umbrales de temperatura crítica de la capa de hielo de la Antártida occidental, la circulación de inversión del Atlántico y la selva amazónica. Si parte de esta discusión parece un poco abstracta, volvamos a lo que se está observando en todo el mundo en este momento. Los datos sobre temperaturas extremas, inundaciones, sequías, daños por tormentas, incendios forestales, pérdida de hielo, aumento del nivel del mar, enfermedades de la naturaleza, el colapso de ecosistemas y pérdidas en la agricultura, todo nos dice lo que está sucediendo. Lo que se está viendo está muy por delante de lo que proyectaba la modelización hace una década. Estoy resumiendo parte de esta ciencia porque está siendo marginada por la narrativa establecida sobre el cambio climático. Escapando de los confines de esa narrativa, podríamos dialogar desde la perspectiva de que nos espera un futuro terrible, que necesitamos saber por qué fallamos, considerar qué está mal con todos nuestros sistemas, intentar evitar lo peor y hacer el difícil trabajo de adaptarnos, todo el tiempo sin saber si va a funcionar. Ese es un gran desafío para la cultura de nuestras sociedades modernas. ¿Lo intentaremos? Si parece un poco tortuoso leer todo esto, lo entiendo. Examinar algunos de los detalles de la carnicería global que nos espera no es la opción más obvia sobre cómo pasar nuestro tiempo, y darnos cuenta de que la mortalidad probablemente esté más cerca de lo que pensábamos. Desafortunadamente, cuando se ven amenazados con el colapso de la identidad, la cosmovisión y los ingresos, algunos expertos pueden preferir enfocarse en aún más mediciones, discusiones e ideas fantasiosas de salvación. Lo que me lleva a la parte de este ensayo que desearía no tener que escribir: sobre las actividades de los científicos del clima que, sin darse cuenta, están socavando el compromiso con la acción, tanto del público como de nuestros líderes. El IPCC admitió abiertamente que si las emisiones globales de CO2 alcanzan el "cero neto", incluso si eso significa que las concentraciones atmosféricas de CO2 luego disminuyen, eso no detendrá definitivamente un mayor calentamiento global y no detendrá el aumento de pérdidas y daños. En cambio, debido al aumento de las concentraciones de metano, la degradación de los sumideros de carbono y algunos puntos de inflexión probablemente desencadenados en el sistema terrestre, algo de calentamiento continuará, quizás mucho, incluso si las emisiones globales de CO2 alcanzan el 'cero neto' para hacer que las concentraciones atmosféricas de CO2 disminuyan. (que podría no ser así, dependiendo de retroalimentaciones impredecibles). Incluso sería posible una cascada de inflexión hacia los climas de "invernadero". La narrativa del pensamiento mágico En 2021, comencé a notar que algunos expertos usaban este estudio ZEC para defender la esperanza renovada. En abril, el sitio web de la industria Carbon Brief publicó un Explicador: ¿Se “detendrá” el calentamiento global tan pronto como se alcancen las emisiones netas cero? Su respuesta fue que sí, casi lo hará. El autor, el destacado comentarista climático Zeke Hausfather, estaba trabajando con un centro de investigación que “promueve soluciones tecnológicas para los desafíos ambientales y de desarrollo humano” y que está parcialmente financiado por un importante inversionista en negocios relacionados con el clima, Breakthrough Energy. Soy consciente de lo difícil que puede ser para un científico que actúa de buena fe proporcionar un resumen preciso y completo de ciencia compleja al público y al gobierno, sin embargo, si elegimos estar en el negocio de la comunicación científica, entonces esa es una carga que debemos aceptar. La amarga verdad sobre la situación a veces se escapa, con artículos de los científicos del clima, el profesor Bill McGuire, el profesor Will Steffen y el Dr. Wolfgang Knorr. Cada uno de estos hombres ha explicado que el clima afectará aún más a las sociedades, hagamos lo que hagamos. Sin embargo, la mayoría de los científicos guarda silencio sobre el tema del calentamiento inevitable y los impactos inevitables. Algunos científicos incluso critican a sus colegas por lo que llaman "derrotismo" o "pesadilla" y argumentan que debemos mantenernos positivos sobre las posibilidades de evitar un cambio catastrófico. Tales críticas surgen de suposiciones incorrectas sobre lo que nos dice la psicología, la política y la filosofía sobre la radicalización que puede ocurrir a partir de los "imaginarios catastróficos", y cómo el optimismo puede ser el enemigo de la acción. La evidencia de la psicología social sugiere que puede haber factores psicológicos más profundos involucrados en la forma en que algunos expertos en clima limitan lo que dicen en público. La historia y la sociología nos muestran que, conscientes o no, los miembros del establishment tienden a temer que el público se vuelva "ingobernable" y rechace su estatus y autoridad. Eso es en parte el resultado del adoctrinamiento en una actitud de gestión jerárquica que todos recibimos a través de la educación, los medios y las culturas organizacionales. Es la actitud de que los gerentes, funcionarios y expertos son a quienes se les debe confiar los asuntos públicos, y el público en general es "otro" como personas que necesitan ser controladas o guiadas para su propio beneficio. Según una encuesta realizada por la revista Nature, 88 de los 92 científicos del clima autores del IPCC creían que no mantendremos el calentamiento por debajo de 1,5 grados para evitar daños catastróficos generalizados. A pesar de esto, todos los periodistas de los principales medios que se ponen en contacto conmigo citan a uno o dos climatólogos que dicen que aún podemos permanecer por debajo de 1,5 grados. La reticencia pública y la apertura privada de algunos científicos pueden tener importantes repercusiones sociales. Significa que a puerta cerrada los científicos están compartiendo sus puntos de vista personales. Lo que significa que algunas autoridades han estado escuchando una versión diferente de los hechos. Esa puede ser la razón por la que leemos sobre estrategas militares que ya se están preparando para algunos de los peores escenarios. También podría ser la razón por la que nos enteramos a través de filtraciones de que algunos de los principales bancos del mundo están haciendo lo mismo. Mi razón principal para compartir toda esta crítica de la comunicación de la ciencia del clima no es simplemente para que más científicos y profesionales de la sostenibilidad sean honestos sobre cuán mala se está volviendo la situación global. Más bien, es invitar a una mayor conciencia de cómo nuestros impulsos y aversiones internos dan forma a la manera en que cada uno de nosotros percibimos la realidad, y la forma en que luego nos comunicamos y actuamos sobre esa realidad. Eso es importante porque esos mismos procesos internos darán forma a cómo respondemos a cualquier realidad que lleguemos a reconocer. Si seguimos siendo adictos a la riqueza, el estatus, la influencia y la autoestima, es probable que promovamos respuestas problemáticas al colapso social. Muchas de las personas involucradas en el movimiento de Adaptación Profunda están adoptando un enfoque diferente. Reconocemos la gravedad de la situación y buscamos participar como pesimistas positivos mientras defendemos los valores universales a medida que los tiempos se ponen difíciles. En nuestro intento de entender los factores que han sido determinantes en la articulación paulatina de las varias crisis que está enfrentando la civilización occidental, parece imprescindible explorar los mecanismos psicológicos que subyacen a toda actividad humana. Con el término “mecanismos psicológicos” me refiero a todo los patrones internos que influyen en la manera de percibir, interpretar y responder al mundo externo.
A diferencia de la mayoría de organismos que tienen mecanismos relativamente sencillos para percibir y responder a su entorno, los seres humanos nos encontramos con una complejidad debida principalmente a dos factores: la percepción de nuestra subjetividad y la elaboración de normas culturales, a veces complementarias y a veces antagónicas, a nuestros instintos. La construcción de la psique Aunque, como seres humanos, venimos al mundo con un repertorio de respuestas instintivas que nos permiten sobrevivir, poco a poco vamos construyendo una narrativa interna que fundamentalmente intenta responder a las preguntas: “¿Quién soy?", "¿Qué hago aquí?", "¿Cómo es el mundo?", "¿Qué puedo esperar del mundo y qué espera el mundo de mí?”. Esta narrativa se desarrolla a medida que vamos transitando distintas experiencias y, de alguna manera, vamos sacando conclusiones de ellas. Muy a menudo, en el mundo occidental, las personas acaban con respuestas parecidas a estas: “Soy un ser insuficiente, defectuoso”, “Tengo que encontrar aquello que me dará la sensación de estar en paz, aunque dudo que lo vaya a encontrar.”, “El mundo es hostil, me cuesta pertenecer a él, lo que puedo esperar es rechazo y soledad.”, “La sociedad quiere que yo me amolde y cumpla con las normas que me impone”. En las últimas décadas, tal vez se ha añadido una creencia más devastadora: “Nada tiene sentido, el mundo se derrumba y no hay nada que yo o nadie pueda hacer.” Por supuesto, no siempre estas creencias son explícitas y conscientes, más bien se parecen a un programa que está actuando silenciosamente en el fondo y justamente por esto muy a menudo es problemático, por qué nos cuesta detectarlo. Nuestra manera de posicionarnos en el mundo y responder a ello, está profundamente marcada por este tipo de programa. A la vez, es importante reconocer que el programa no viene de serie, sino que se construye en relación con las experiencias concretas que vivimos. En estas experiencias, el elemento relacional es primordial, por lo tanto, nuestra psique se construye en relación con el entorno y con los seres que habitan este entorno. Si el entorno y las relaciones que se dan en él fueran diferentes, también lo sería nuestra psique. Aun así, es relevante reconocer que un principio fundamental a la psique humana es que no deja de ser una psique mamífera. La psique mamífera Algunos de los rasgos que diferencian los mamíferos de otros animales son el gregarismo y el cuidado de las crías. Esto quiere decir que si queremos entender la psique mamífera, y más precisamente la psique humana, necesitamos entender cómo se articulan y manifiestan estos rasgos. La necesidad fundamental que subyace al gregarismo es la de pertenecer, de ser aceptadas. En las comunidades animales, un individuo pertenece por el simple hecho de existir, no se le pide mucho más que esto. Se entiende que al existir, el individuo participará en la vida de su comunidad según los mandatos de los instintos que se han desarrollado a lo largo de la evolución de su especie, para ser beneficiosos para su supervivencia y la supervivencia de su comunidad. No hay normas que el individuo tiene que adivinar o descifrar, no hay normas contradictorias y desconcertantes. En las sociedades occidentales, marcadas por la historia de imperialismo y la dominación, nos encontramos, en muchos casos, con normas que han sido desarrolladas en función de una cosmovisión concreta, para nada universal o implícita al ser humano. Cómo hemos explorado en otros artículos (Cuestionando el paradigma del colapso), la cosmovisión hegemónica occidental implica una separación entre lo humano y lo no humano. La separación en sí se convierte en una modalidad de percepción normalizada, así cómo la jerarquía, que garantiza el domino de aquello que es decretado “bueno y correcto” sobre aquello que es “malo y defectuoso (o peligroso)”. Algunos ejemplos serían el dominio del intelecto sobre la emoción (o los instintos), del hombre sobre la mujer, del blanco sobre el negro, del rico sobre el pobre, del humano sobre la naturaleza y de lo productivo sobre lo contemplativo. Esta cosmovisión se normativiza y se genera una plétora de normas y costumbres que con el tiempo acaban dándose por sentadas como ciertas y normales, incluso naturales. Las normas creadas en este tipo de contexto a menudo requieren que el individuo reniegue de sus instintos para amoldarse a la estructura social y recibir la protección y aceptación que necesita. Esto va acompañado de los mecanismos de coerción que utilizan el miedo, la recompensa y el castigo para garantizar el cumplimiento de las reglas y eliminar la disidencia. Su propósito es mantener el orden establecido que, casualmente, beneficia a los que están en los lugares superiores en la estructura jerárquica, ya que ellos son merecedores. Por supuesto, este sistema se justifica con la idea de que el ser humano es malvado y la naturaleza peligrosa, por lo cual se necesita de estas normas para garantizar el orden y la estabilidad de la sociedad. La pertenencia entonces no es una experiencia que se da de forma natural y generosa, sino que se tiene que ganar y siempre está en riesgo. Todo esto genera una fragmentación interna que podría entenderse como la causa principal del malestar tan predominante que plaga la mayor parte de personas en nuestra sociedad. Sin embargo, no todas las sociedades humanas funcionan bajo estos preceptos, por esto no todas las psiques humanas acaban con tal sufrimiento y alienación. Incluso en las sociedades occidentales hay burbujas donde se intenta cultivar otro tipo de cosmovisión. En el cuidado de las crías nos encontramos con interferencias similares. Si los padres ya están fragmentados y oprimidos, es difícil que puedan proporcionar a sus crías el cuidado emocional necesario para el desarrollo de una individualidad sana y bien integrada. Es más probable que, bajo su propio estrés y trauma, acaben reproduciendo los patrones de coerción, de opresión y fragmentación que están tan profundamente arraigados en su psique. οἶκος En la antigua Grecia la palabra Oikos venía a significar “casa”, “hogar”, Aristóteles describe el oikos como una «comunidad constituida naturalmente para la satisfacción de las necesidades cotidianas». Esta palabra se utilizó en 1873 por Ernst Haeckel, un zoólogo alemán, para forjar la palabra Ecología, la rama de la ciencia dedicada al estudio de los organismos en relación con su entorno. En 1992, Theodore Roszak acuñó el término Ecopsicología, para indicar la necesidad de entender la psique humana en relación con su entorno. Si seguimos el hilo dibujado por las reflexiones de los párrafos anteriores, nos podemos percatar de la importancia que las experiencias de relación con nuestro entorno tienen en la construcción de nuestra psique. Cuando el tejido cultural sostiene la percepción del mundo como una red animada de seres que conviven en una Oikos compartida, la psique se desarrolla con una estructura fundamentalmente orientada hacia la pertenencia, la convivencia, la colaboración y la sensibilidad. Esto proporciona al individuo un sentido muy sólido de seguridad, de estabilidad, de que puede hacer frente a los desafíos de la vida desde la resiliencia de sentirse parte de un tejido, de una comunidad. Esto es justamente lo que se rompe con el paradigma de la fragmentación. El ser humano ya no es parte del tejido de los seres vivos, de hecho la naturaleza se convierte en un conjunto de objetos sin relación que simplemente están sujetos a los deseos y manipulaciones del ser humano. La psique que se genera en este panorama es una psique profundamente herida que, al erguirse por arriba de todos los seres vivos, encuentra el placer perverso de la supremacía, pero también el abismo sin reparo de la soledad. ¿Qué tipo de relaciones se pueden establecer entonces, a partir de esta herida? El vacío existencial al que los individuos occidentales están, en mayor o menor medida, condenados, se puede entender como el fruto de esta separación original, de esta pérdida de pertenencia, no solo con nuestro parentesco humano, sino con el parentesco más extendido de la familia de los seres vivos. La tragedia de experimentarnos no solo como separados, sino además cómo los verdugos del planeta, nos pone en una situación psicológica extremadamente dolorosa y difícil de sostener. Las distopías que abundan en nuestro paisaje cultural son el testimonio de esta dolorosa fragmentación de la psique occidental. La recuperación de la psique integrada Más allá de la necesidad de encontrar fuentes de energía sostenible y estructuras económicas más justas, la recuperación de la psique integrada es el sine qua non de la supervivencia de nuestra especie. Sin esto, cualquier medida que podamos idear, seguirá nutriéndose y retroalimentando la percepción de nuestro exilio del mundo, seguirá tratando la naturaleza como un conjunto de objetos sin derecho implícito al respeto, a la vida y a la autonomía. Esta será tal vez la tarea más ardua en los próximos años, poner el foco de nuestra atención en este programa interno y silencioso que nos ha llevado a convertirnos en los carniceros del planeta. Recuperar la psique integrada quiere decir recuperar nuestro parentesco con la vida, poniendo nuestra percepción de quienes somos y qué hacemos en este mundo patas arriba. Podría ser el gesto más grandioso de nuestra especie, volver a casa. Siguiendo el hilo del artículo anterior, empezamos a adentrarnos en la pregunta "¿Cómo hemos llegado aquí?". Tal vez tomaremos un giro largo para responder, pero esperamos que sea una excursión interesante en la historia del paradigma del colapso. Tómatelo con calma, tenemos tiempo.
Cuestionar el paradigma del colapso significa entrar en la complejidad del asunto y tal vez darnos cuenta de que resumir todo con la palabra “colapso”, en realidad, puede ser algo reduccionista. Como en todos los procesos orgánicos, algo se descompone mientras algo está formándose y buscando la luz. Es importante mantener la mirada en todos los aspectos del proceso: observando qué es lo que se está descomponiendo y qué es lo que está emergiendo como nueva manifestación de vida. ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Desde cuándo dirías que las cosas han empezado a torcerse? Durante muchos años mi respuesta empezaba por trazar el recorrido del sistema capitalista hasta el día de hoy, mapeando las varias fases, desde la creación del mito de la expansión y el bienestar hasta su declive. Desde la Revolución Industrial, a las distopías del mundo posindustrial. Pero en algún momento me planteé la pregunta:"¿Cómo llegamos a la Revolución Industrial?", y este camino me llevó mucho más atrás en el tiempo. ¿Hasta dónde dirías tú? Homo sapiens El Homo sapiens de nuestro paradigma cultural tiene que ver con la naturaleza esencialmente malvada (o por lo menos profundamente fallada) del ser humano, creencia que parece ser ampliamente confirmada si miramos la situación actual desde un cierto punto de vista. Pero, ¿de qué ser humano estamos hablando? Los homínidos empezaron a caminar sobre la Tierra hace aproximadamente 4,4 mil millones de años. Tal vez quieres tomar un momento para realmente considerar la magnitud de este número. El Homo sapiens apareció en la escena evolutiva alrededor de 300,000 años atrás. Un número también imponente. ¿Desde cuándo dirías que las cosas han empezado a torcerse? Si tú también piensas que el principio del fin ha sido la Revolución Industrial (cómo yo pensaba), esto nos diría que por 299,738 años el ser humano no ha representado ningún peligro para el planeta. Algo sorprendente para una criatura que es esencialmente destructiva, una plaga, como se dice ahora tan a menudo. ¿De dónde viene esta idea de que el ser humano es destructivo e inherentemente defectuoso? Las historias que nos contamos He tenido el placer de trabajar durante unos cuantos años como cuentacuentos y luego como maestra Waldorf. Esto me ha dado la oportunidad de investigar en bastante profundidad las mitologías de muchas culturas. Solamente en una he encontrado esta historia del ser humano como alguien malvado. (¡Me imagino que ya me estás anticipando!) La historia de Adán y Eva es el mito fundacional de nuestra cultura judeocristiana, (quitar que) nos guste o no, y creo que haríamos bien en prestarle atención porque constituye una piedra fundacional de nuestro imaginario. Lo interesante es preguntarnos qué estaba pasando en el momento histórico que generó este mito en una cultura muy específica. El mito de Génesis pertenece a las poblaciones nómadas de lo que ahora se conoce como Israel, Palestina y Jordania. Claramente, la versión que conocemos es la que se escribió (y luego tradujo centenares de veces) a partir de unos cuentos que por siglos viajaron de boca en boca alrededor del fuego; ¿cómo se generaron estos cuentos? Obviamente no lo podemos saber, pero hay ciertas teorías interesantes. Una de ellas tiene que ver con la cultura de los Natufiense, una población que ocupó el territorio del Mediterráneo Occidental durante la época del Mesolítico (lo que está entre el Paleolítico y el Neolítico) hace unos 12,500 años. Fueron una cultura singular porque, aún siendo nómadas, también practicaban algo de agricultura, unos 5,000 años antes de la llegada oficial de la Revolución agrícola del Neolítico. Estas poblaciones vivieron un cambio climático importante relacionado con la glaciación en la época de las Younger Dryas hace unos 11.550 años, lo cual marcó el comienzo del Holoceno, la época geológica actual. Lo que es singular de esta cultura es que, aún después de haberse asentado, el cambio climático los empujó a volver a su vida nómada. Una especie de expulsión del jardín de Edén. ¿Pero, (coma) por qué la mitología vincula este evento con un castigo, con el pecado? El paradigma de la unidad Imagina la cosmovisión de una población cazadora recolectora. ¿Crees que se percibe al ser humano como un ser especial, superior, con el derecho de manipular el territorio? ¿Crees que se percibe la naturaleza como una limitación que impide desarrollar el pleno potencial del ser humano y, por lo tanto, hay que dominarla, romper sus límites y subyugarla? ¿Crees que las poblaciones de cazadores recolectores pensaban como nosotras: "Dios, esto es invivible, tenemos que desarrollarnos, tener más comodidad en nuestra vida, inventarnos cosas que nos ayuden a ahorrar tiempo y trabajo"? Me cuesta imaginarlo. El paradigma en el que vivían estas poblaciones no separaba el ser humano de su entorno; al contrario, el ser humano era un miembro más de una familia que incluya animales y plantas, todos conviviendo bajo las normas de la Madre tierra que garantiza el bienestar para todos, lo cual incluía que ninguna especie se sobrepone a otra. El jardín de Edén. Pero en algún momento, algo pasó que cambió este paradigma. Y difícilmente fue una serpiente. El paradigma de la separación Con la agricultura, el paradigma cambia de manera impresionante. O, mejor dicho, la aparición de la agricultura va acompañada (y tal vez es impulsada por) una nueva cosmovisión, por lo menos si observamos la historía de los países alrededor del Mediterráneo. ¿Qué manera de percibir la naturaleza y el ser humano sostiene la práctica de la agricultura? Por ejemplo, el ser humano se empieza a percibir como separado de su entorno natural y con la capacidad de actuar sobre ello de una manera deliberada y controladora. El ser humano cambia su relación con el territorio: ahora se extrae de la familia de los seres vivos y se coloca como administrador con privilegios especiales. Decide dónde se hace el qué, decide qué plantas se dejan crecer y qué plantas se matan, priva de libertad algunos animales para poder acceder a su carne y leche sin tanta dificultad. Cambia el curso de los ríos. Mueve la tierra de un lado para otro. Desafía las estaciones. Se parece a un Dios. A un dios judeocristiano, obviamente. Desde el punto de vista del paradigma de la unidad, el ser humano se está pasando de rosca y mucho. Por esto, Dios le había dicho: "No comas de esta fruta que vas a creerte que eres cómo yo y la vas a liar". El pecado original. El castigo. ¿Podría ser esta una manera de interpretar la Génesis? Cuanta información relevante podríamos sacar de este mito. El paradigma de progreso No quiero dar la impresión que la práctica de la agricultura sea el mal de todos los males. Si miramos alrededor del mundo y de la historia, vemos poblaciones indígenas que se han mantenido, hasta el día de hoy, en perfecta armonía con su entorno, aún practicando la agricultura. Esto creo que es porque practican la agricultura todavía dentro del paradigma de la unidad. Lo que acabo de exponer cobra sentido cuando empezamos a ver lo que ocurre justo después, a nivel histórico, en estos países del Mediterráneo. Por algunas razones que serían muy largas de explicar y que además no están del todo comprobadas, en la medialuna de las tierras fértiles del Mediterráneo las cosas tomaron otro rumbo y cambiaron el paradigma de una manera profunda. Aquí es donde vemos crecer los grandes imperios: Babilonia, Egipto, Grecia, Roma (también hay imperios en otros lugares, pero son bastantes más recientes y no llegan a tener el mismo impacto). ¿Qué paradigma define estas culturas imperialistas? Una organización social jerárquica, basada en la dominación y opresión, la obsesión con la conquista de otros territorios, la eliminación de otras culturas, el almacenamiento de bienes, la idea de qué lo divino está separado de la tierra, del ser humano como ser superior, del progreso entendido como más de lo anterior: más tierra, más bienes, más comodidad, más tiempo para pensar y desarrollar teorías, para especializarse, para conseguir grandes hitos, grandes obras arquitectónicas, musicales, artísticas. El mito de la excelencia individual, de que esto es lo que te asegura un lugar medianamente visible en la jerarquización de la sociedad. La cultura del poder, de la subyugación. ¿Suena a patriarcado? El paradigma de la conquista Desde este paradigma es solo una cuestión de tiempo, y de desarrollar la tecnología adecuada, para que se produzca el colonialismo. La idea es que no hay límites al deseo humano y, (coma) si los hay, se tienen que traspasar a toda costa. De aquí la exaltación cultural del explorador, del pionero, del que rompe todas las barreras para alcanzar sus sueños. Desde el paradigma de la unidad esto se vería más bien cómo la manifestación de un berrinche al que alguien tiene que poner fin. El colonialismo es el ataque de Caín a Abel, una y otra vez. Es la construcción cultural que se basa en la dicotomía entre bien y mal, mejor- peor, castigo- recompensa, merecer- no merecer, etcétera. Esto hace posible llegar a un sitio y decir: "Esto es mío" y hacer allí lo que me da la gana sin consideración alguna por los deseos y necesidades de quien ya vive ahí, sea ser humano o no. Fundamental a este paradigma, que se va articulando en los siglos entre la Revolución Agrícola del Neolítico y la Revolución Industrial del 1740, es la declaración del mundo natural como objeto inerte, en el pensamiento descartiano que es, todavía, un pilar de nuestro paradigma cultural. El paradigma del colapso Tal vez te ha parecido un recorrido muy largo para contestar a la pregunta inicial de "¿Cómo hemos llegado hasta aquí?". A la vez, espero que poner todas estas piezas del puzzle sobre la mesa tenga sentido para ti y te permita ver una imagen más amplia y más completa. Sin Revolución Agrícola en el Neolítico tal vez no hubiera habido la Revolución Industrial, sin la Revolución Industrial no habría Capitalismo. Las cosas a veces tardan milenios en articularse. Y mucho estrago entre medio. Nadie se lo esperaba, todo parecía una muy buena idea al principio. Ahora estamos sentadas en el borde del precipicio al que hemos llegado. Hay mucho que repensar, hay mucho que revisar. No es fácil llegar aquí después de miles de años pensando que éramos muy listos y nos estaba saliendo todo muy bien. No me extraña que hay personas que no pueden asumirlo y se niegan a mirar la evidencia. Duele mucho. A partir de aquí Me imagino que hay una pregunta saltando como un grillo: "¿Y ahora qué hacemos?". Pues obviamente yo no lo sé. Lo que sé es que, pase lo que pase, hacer esta revisión, reconocer los puntos claves en los que nuestro camino ha tomado un giro nefasto, pedir perdón a nuestros hermanos y hermanas presente, pasados y futuros, y no escaparnos de estas dolorosas reflexiones es, no solo necesario, sino la única manera de traer dignidad e inteligencia a la situación. Tal vez sea demasiado tarde para revertir el camino. Tal vez, cómo había profetizado nuestro mito de creación, ha llegado la hora del Apocalipsis. Pero incluso en la muerte se puede tener más compasión y ternura, se puede acompañar a nuestra comunidad y hacer lo posible para que sea suave y que tenga sentido. Todavía tenemos tiempo para amar con toda la pasión de la que somos capaces a este mundo y todo lo que vive en él. BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL PARA ESTE ARTÍCULO Jerry Mander, En ausencia de lo sagrado: el fracaso de la tecnología y la supervivencia de los pueblos indígenas, Editorial Libros en Acción. Daniel Quinn, Ishmael, Editorial Bantam Doubleday Dell Publishing André Van Lysbeth, Tantra: el culto de lo femenino, Editorial Urano Yuval Noah Harari, Sapiens: una breve historia de la humanidad, Editorial Debate Anne Cameron, Daugthers of Copper Woman, Harbour Publishing Maria del Carmen Poyato Holgado, Natufiense del mediterraneo occidental, Editorial Cervantes La palabra "colapso" está apareciendo con cada vez más frecuencia en las noticias, las redes y el mundo de la cultura. Es una palabra que evoca eventos épicos y dramáticos, inevitablemente vinculados con el fin. A veces no sabemos bien de qué, ¿de nuestra civilización, de la especie humana, del planeta? Esta imagen de final puede generar diferentes reacciones: interés, rabia, ansiedad, miedo, evitación y apatía. Para algunas personas, contemplar el posible final, implica una invitación a mirar atrás y considerar, con genuino interés, la pregunta: ¿cómo hemos llegado aquí? No se puede resolver un problema desde el mismo paradigma que lo ha generado. Esta cita de Einstein se podría considerar como el lema de lo que encontrarás en estas páginas. Nuestro interés principal es entender de la manera más completa y profunda posible cuáles son los factores que han configurado este desenlace para la humanidad. Sin esta claridad y comprensión, cualquier propuesta o idea que pueda surgir en respuesta será probablemente una continuación del paradigma que la ha generado- Revisar y cuestionar el paradigma en el que vivimos es una tarea más ardua de lo que podemos pensar. Como en la frase atribuida a Foucault "El pez nunca descubre que vive en agua", nosotras también vivimos inmersas en una serie de concepciones, creencias y teorías que damos por hechas hasta el punto de considerarlas realidad, sin cuestionamiento. El coraje de cuestionar Estas creencias, teorías y concepciones constituyen el sustrato que articula y sostiene nuestra vida, ya que, para vivir, necesitamos tener un marco de referencia que nos ayude a entender e interpretar lo que vivimos. Sin ello, no tendríamos referencias y nuestra experiencia de la vida sería algo caótica y difícil de navegar. Como animales, compartimos toda una serie de instintos e impulsos que nos ayudan a vivir en nuestro entorno; pero para los seres humanos, nuestras experiencias incluyen el elemento cultural. El paradigma cultural es la piedra angular que sostiene nuestra manera de entender el mundo y todo lo que ocurre en él. El paradigma cultural incluye lo que es la ciencia, las artes, la religión, el lenguaje, en fin, todo lo que no es instintivo en el ser humano. El paradigma cultural, de hecho, puede llegar a interferir con los instintos e impulsos que hemos heredado a través de nuestra biología. Así que cuestionar nuestro paradigma cultural quiere decir abrirnos a la posibilidad de descubrir que lo que hemos dado por cierto: aquello que ha sostenido nuestras vidas hasta ahora, podría ser incorrecto, parcial, sesgado e incluso dañino. Por esto, consideramos que esta tarea necesita de cierto coraje, valentía, apertura y paciencia. Es una tarea que se hace mucho más rica cuando la compartimos con otras personas, así que te animamos a compartir aquello que te parece interesante y útil en estas páginas.
Adaptarnos a un nuevo escenario Una de las capacidades que ha permitido la supervivencia de nuestra especie, como todas las especies, es la adaptación. Para esto, hacernos conscientes de nuestro paradigma, de sus limitaciones y abrirnos a crear otro más coherente con la realidad en la que nos encontramos, parece una tarea necesaria para la humanidad. Es comprensible que, en un principio, nos cueste encajar un cambio de realidad tan drástico como lo que se perfila en el escenario del colapso. Sin embargo, la evitación y el pensamiento mágico de "Seguro que alguien lo arreglará" o "Seguro que no será tan malo como dicen" nos atrapa en el inmovilismo y no nos permite avanzar en el proceso de adaptación que es indispensable para la supervivencia. HEMOS OLVIDADO
Paseamos por la montaña como si fuera un fondo de pantalla no vemos la encina sedienta que suspira y se estremece vemos verde, un color genérico, sin matices vemos el concepto de "montaña" a veces algo nos llama, sacamos el móvil para hacerle una foto y seguimos con nuestra incesante verborrea, con la preocupación insaciable intentando perfeccionar los detalles de esta película de las que nos pensamos protagonistas. Hemos olvidado el Precámbrico 800 millones de años sin vida 2100 millones de años sin oxígeno Hemos olvidado el Paleozoico 4 mil 89 millones de años antes de que pudiera aparecer una planta, con sus verdes lenguajes Hemos olvidado los 103,3 millones de años bajo la cubierta silenciosa del hielo. Hemos olvidado, por esto seguimos creyendo que lo tenemos todo bajo control. Las cigarras no se cansan de insistir: "Escucha, escucha, escucha… " Tatiana Sibilia |