Desde el lunes pasado, un grupo de personas está acampando en las orillas de La balsa de la Bóbila, cerca de Llinars en la comarca del Vallés Oriental de Catalunya. Piden la intervención de la Generalitat para proteger este espacio que consideran de valor en el entorno local. También piden visibilizar el entramado de problemáticas que es el contexto de esta situación. La balsa es el resultado de años de excavaciones que ahora se traducen en paredes arcillosas que se levantan del agua como murallas. Aquí se extraía la arcilla para hacer los ladrillos que contribuyan a una economía ya más que local. El impulso de expansión llevó a ahondar cada vez más las cuchillas de las excavadoras en la tierra, hasta abrir una herida en la capa freática. Como muchas veces ocurre, hasta de las heridas puede salir algo bello y dador de vida, tal es la generosidad de nuestro planeta. Muchos años después, la mina se ha transformado en un oasis que, aun en esta época de sequía devastadora, sigue ofreciendo agua azul a una multitud de seres vivos. Los Abedules, como buenos pioneros que son, ya han ahondado sus raíces en la tierra revuelta, dando infraestructura a pequeñas comunidades de pájaros (entre los que escuché, el ruiseñor), anfibios e insectos. La Cola de caballo, una de las plantas más antiguas del planeta, también ha venido a ofrecer sus servicios, fijando nutrientes en el suelo para que otras plantas puedan encontrar un lugar acogedor en lo que instalarse. Es un espacio complejo: el daño ocurrido es evidente, a la vez, también es evidente el impulso de la Vida en reparar los daños, en regenerar, en crear comunidad. Pero esto no es fácil en nuestro mundo moderno. Hay otra manera de mirar esta balsa. Justo cuando la industria de la construcción estaba en su auge, la mina de la Bóbila se encontró con un problema importante. El agua empezaba a inundar el hueco generado por las excavaciones, dificultando considerablemente el trabajo y empujando los propietarios a gastar dinero en bombear el agua para quitarla del medio. En 2015 la empresa quiebra, su licencia caduca y las excavaciones paran. Este espacio que, después de ser lugar de producción de alimento para el pueblo, se había convertido en una fuente de ingresos más accesibles, en una época de grandes transformaciones económicas que desplazaron la agricultura a mercados competitivos e industrializados, se convierte en un lugar “inútil”. Tal lo clasifica la Generalitat en uno de sus informes: terreno sin interés. Así que, algunos emprendedores locales, posiblemente con ánimo de encontrar maneras de sacar adelante su subsistencia, deciden comprar este terreno para destinarlo a la descarga de tierra proveniente de obras. Cada camión de tierra que deposita su contenido aquí, volviendo a tapar el agua, significa dinero. Sacar dinero de la tierra hoy en día no es cosa fácil. Las poblaciones rurales son unas de las más desfavorecidas en nuestra economía. La agricultura ya se ha convertido en una ocupación completamente desvalorizada, en una economía globalizada e industrializada. Esto incita un uso del territorio que suele ser devastador: turismo, movimiento de poblaciones urbanas que no tienen ningún vínculo real con el entorno, o la construcción de polígonos y áreas al servicio de la industria, con sus consecuentes residuos. El valor de la balsa, dentro de este paradigma, es su capacidad de ser llenada de tierra. Mientras paseo por las orillas, destaca a mis ojos una montaña de tierra gris, completamente ajena entre los tonos rojizos de la arcilla local, que proviene de la creación de la línea 9 del metro que conecta el centro de Barcelona con el aeropuerto de El Prat. Nada podría ser más simbólico de la enorme complejidad que subyace a esta situación particular. La Bassa de la Bóbila se presenta en mi imaginario como una herida abierta desde la cual se pueden ver las múltiples fracturas de nuestra sociedad. La más fundamental es la rotura del vínculo afectivo con el territorio y la aniquilación de un sistema económico basado en la satisfacción de las necesidades vitales de todos los seres que lo habitan. Cuando la agricultura se transforma, desde una actividad arraigada en su comunidad a una empresa expansionista, la relación con el territorio se altera de una manera trágica. Además, la conquista y colonización de espacios rurales por parte de las ciudades, lo cual genera una mercantilización y degradación, no solo medioambiental sino también cultural, de estos espacios. Cuando el principio que sostiene nuestra economía es la acumulación de dinero a toda costa y la expansión sin límites, nuestra presencia en el medioambiente se convierte en un acto de parasitismo constante y desfrenado, generando un efecto domino que afecta todos los aspectos de la vida humana y non. Los problemas que se manifiestan en una esfera, tienen su origen en otra, y no se pueden arreglar por separado. Pensar en la Bassa de la Bóbila sin tener en cuenta este contexto de fractura social y cultural, me parece una mirada demasiado superficial para ofrecer una respuesta real a la problemática que está encarnando. No puedo evitar pensar en las voces de personas pertenecientes a culturas indígenas que he escuchado hablar en defensa de sus territorios. Para ellas, el agua, la tierra, los seres vivos, tienen un valor intrínseco, más allá del beneficio que le podemos sacar los seres humanos. Para ellas, el territorio no es un compendio de materia inerte, sino un entramado de relaciones vivas que tienen derecho a existir más allá de nuestros intereses humanos. Y tal vez, en su cosmovisión, no hay manera de entender nuestros intereses humanos desvinculados de este entramado de vida. Nuestra cultura está atravesando un punto de inflexión en este sentido. Necesitamos encontrar la honestidad y valentía de reconocer que desvincularnos de la comunidad de los seres vivos solo puede conducir a nuestra propia desaparición. Necesitamos hacer algo muy audaz y contra corriente para poder ofrecer a nuestra especie la posibilidad de seguir disfrutando de este maravilloso planeta, único en un sistema solar inconmensurable. Necesitamos volver a insertar nuestra economía, nuestras relaciones, nuestra cosmovisión, en la red de procesos que nos hermanan a todo lo que vive. Puedes firmar la petición Salvem la Bassa aquí. Canal de Telegram aquí .
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