En nuestro intento de entender los factores que han sido determinantes en la articulación paulatina de las varias crisis que está enfrentando la civilización occidental, parece imprescindible explorar los mecanismos psicológicos que subyacen a toda actividad humana. Con el término “mecanismos psicológicos” me refiero a todo los patrones internos que influyen en la manera de percibir, interpretar y responder al mundo externo.
A diferencia de la mayoría de organismos que tienen mecanismos relativamente sencillos para percibir y responder a su entorno, los seres humanos nos encontramos con una complejidad debida principalmente a dos factores: la percepción de nuestra subjetividad y la elaboración de normas culturales, a veces complementarias y a veces antagónicas, a nuestros instintos. La construcción de la psique Aunque, como seres humanos, venimos al mundo con un repertorio de respuestas instintivas que nos permiten sobrevivir, poco a poco vamos construyendo una narrativa interna que fundamentalmente intenta responder a las preguntas: “¿Quién soy?", "¿Qué hago aquí?", "¿Cómo es el mundo?", "¿Qué puedo esperar del mundo y qué espera el mundo de mí?”. Esta narrativa se desarrolla a medida que vamos transitando distintas experiencias y, de alguna manera, vamos sacando conclusiones de ellas. Muy a menudo, en el mundo occidental, las personas acaban con respuestas parecidas a estas: “Soy un ser insuficiente, defectuoso”, “Tengo que encontrar aquello que me dará la sensación de estar en paz, aunque dudo que lo vaya a encontrar.”, “El mundo es hostil, me cuesta pertenecer a él, lo que puedo esperar es rechazo y soledad.”, “La sociedad quiere que yo me amolde y cumpla con las normas que me impone”. En las últimas décadas, tal vez se ha añadido una creencia más devastadora: “Nada tiene sentido, el mundo se derrumba y no hay nada que yo o nadie pueda hacer.” Por supuesto, no siempre estas creencias son explícitas y conscientes, más bien se parecen a un programa que está actuando silenciosamente en el fondo y justamente por esto muy a menudo es problemático, por qué nos cuesta detectarlo. Nuestra manera de posicionarnos en el mundo y responder a ello, está profundamente marcada por este tipo de programa. A la vez, es importante reconocer que el programa no viene de serie, sino que se construye en relación con las experiencias concretas que vivimos. En estas experiencias, el elemento relacional es primordial, por lo tanto, nuestra psique se construye en relación con el entorno y con los seres que habitan este entorno. Si el entorno y las relaciones que se dan en él fueran diferentes, también lo sería nuestra psique. Aun así, es relevante reconocer que un principio fundamental a la psique humana es que no deja de ser una psique mamífera. La psique mamífera Algunos de los rasgos que diferencian los mamíferos de otros animales son el gregarismo y el cuidado de las crías. Esto quiere decir que si queremos entender la psique mamífera, y más precisamente la psique humana, necesitamos entender cómo se articulan y manifiestan estos rasgos. La necesidad fundamental que subyace al gregarismo es la de pertenecer, de ser aceptadas. En las comunidades animales, un individuo pertenece por el simple hecho de existir, no se le pide mucho más que esto. Se entiende que al existir, el individuo participará en la vida de su comunidad según los mandatos de los instintos que se han desarrollado a lo largo de la evolución de su especie, para ser beneficiosos para su supervivencia y la supervivencia de su comunidad. No hay normas que el individuo tiene que adivinar o descifrar, no hay normas contradictorias y desconcertantes. En las sociedades occidentales, marcadas por la historia de imperialismo y la dominación, nos encontramos, en muchos casos, con normas que han sido desarrolladas en función de una cosmovisión concreta, para nada universal o implícita al ser humano. Cómo hemos explorado en otros artículos (Cuestionando el paradigma del colapso), la cosmovisión hegemónica occidental implica una separación entre lo humano y lo no humano. La separación en sí se convierte en una modalidad de percepción normalizada, así cómo la jerarquía, que garantiza el domino de aquello que es decretado “bueno y correcto” sobre aquello que es “malo y defectuoso (o peligroso)”. Algunos ejemplos serían el dominio del intelecto sobre la emoción (o los instintos), del hombre sobre la mujer, del blanco sobre el negro, del rico sobre el pobre, del humano sobre la naturaleza y de lo productivo sobre lo contemplativo. Esta cosmovisión se normativiza y se genera una plétora de normas y costumbres que con el tiempo acaban dándose por sentadas como ciertas y normales, incluso naturales. Las normas creadas en este tipo de contexto a menudo requieren que el individuo reniegue de sus instintos para amoldarse a la estructura social y recibir la protección y aceptación que necesita. Esto va acompañado de los mecanismos de coerción que utilizan el miedo, la recompensa y el castigo para garantizar el cumplimiento de las reglas y eliminar la disidencia. Su propósito es mantener el orden establecido que, casualmente, beneficia a los que están en los lugares superiores en la estructura jerárquica, ya que ellos son merecedores. Por supuesto, este sistema se justifica con la idea de que el ser humano es malvado y la naturaleza peligrosa, por lo cual se necesita de estas normas para garantizar el orden y la estabilidad de la sociedad. La pertenencia entonces no es una experiencia que se da de forma natural y generosa, sino que se tiene que ganar y siempre está en riesgo. Todo esto genera una fragmentación interna que podría entenderse como la causa principal del malestar tan predominante que plaga la mayor parte de personas en nuestra sociedad. Sin embargo, no todas las sociedades humanas funcionan bajo estos preceptos, por esto no todas las psiques humanas acaban con tal sufrimiento y alienación. Incluso en las sociedades occidentales hay burbujas donde se intenta cultivar otro tipo de cosmovisión. En el cuidado de las crías nos encontramos con interferencias similares. Si los padres ya están fragmentados y oprimidos, es difícil que puedan proporcionar a sus crías el cuidado emocional necesario para el desarrollo de una individualidad sana y bien integrada. Es más probable que, bajo su propio estrés y trauma, acaben reproduciendo los patrones de coerción, de opresión y fragmentación que están tan profundamente arraigados en su psique. οἶκος En la antigua Grecia la palabra Oikos venía a significar “casa”, “hogar”, Aristóteles describe el oikos como una «comunidad constituida naturalmente para la satisfacción de las necesidades cotidianas». Esta palabra se utilizó en 1873 por Ernst Haeckel, un zoólogo alemán, para forjar la palabra Ecología, la rama de la ciencia dedicada al estudio de los organismos en relación con su entorno. En 1992, Theodore Roszak acuñó el término Ecopsicología, para indicar la necesidad de entender la psique humana en relación con su entorno. Si seguimos el hilo dibujado por las reflexiones de los párrafos anteriores, nos podemos percatar de la importancia que las experiencias de relación con nuestro entorno tienen en la construcción de nuestra psique. Cuando el tejido cultural sostiene la percepción del mundo como una red animada de seres que conviven en una Oikos compartida, la psique se desarrolla con una estructura fundamentalmente orientada hacia la pertenencia, la convivencia, la colaboración y la sensibilidad. Esto proporciona al individuo un sentido muy sólido de seguridad, de estabilidad, de que puede hacer frente a los desafíos de la vida desde la resiliencia de sentirse parte de un tejido, de una comunidad. Esto es justamente lo que se rompe con el paradigma de la fragmentación. El ser humano ya no es parte del tejido de los seres vivos, de hecho la naturaleza se convierte en un conjunto de objetos sin relación que simplemente están sujetos a los deseos y manipulaciones del ser humano. La psique que se genera en este panorama es una psique profundamente herida que, al erguirse por arriba de todos los seres vivos, encuentra el placer perverso de la supremacía, pero también el abismo sin reparo de la soledad. ¿Qué tipo de relaciones se pueden establecer entonces, a partir de esta herida? El vacío existencial al que los individuos occidentales están, en mayor o menor medida, condenados, se puede entender como el fruto de esta separación original, de esta pérdida de pertenencia, no solo con nuestro parentesco humano, sino con el parentesco más extendido de la familia de los seres vivos. La tragedia de experimentarnos no solo como separados, sino además cómo los verdugos del planeta, nos pone en una situación psicológica extremadamente dolorosa y difícil de sostener. Las distopías que abundan en nuestro paisaje cultural son el testimonio de esta dolorosa fragmentación de la psique occidental. La recuperación de la psique integrada Más allá de la necesidad de encontrar fuentes de energía sostenible y estructuras económicas más justas, la recuperación de la psique integrada es el sine qua non de la supervivencia de nuestra especie. Sin esto, cualquier medida que podamos idear, seguirá nutriéndose y retroalimentando la percepción de nuestro exilio del mundo, seguirá tratando la naturaleza como un conjunto de objetos sin derecho implícito al respeto, a la vida y a la autonomía. Esta será tal vez la tarea más ardua en los próximos años, poner el foco de nuestra atención en este programa interno y silencioso que nos ha llevado a convertirnos en los carniceros del planeta. Recuperar la psique integrada quiere decir recuperar nuestro parentesco con la vida, poniendo nuestra percepción de quienes somos y qué hacemos en este mundo patas arriba. Podría ser el gesto más grandioso de nuestra especie, volver a casa.
1 Comment
Doris Boira
12/30/2022 12:56:42 pm
Çomo apunta el texto, y agradeciendo el hilo explicativo que nos ayuda a entender porque (nos) està pasando lo que està pasando. Aunque parezca paradójico,
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