Aquí dejo una traducción y adaptación del artículo de George Monbiot en el diario The Guardian en octubre del 2021.
Capitalism is killing the planet – it’s time to stop buying into our own destruction Hay un mito sobre el ser humano que no se contrasta con la evidencia. Dice que siempre anteponemos nuestra supervivencia a cualquier cosa. Enfrentados como estamos a la crisis climática, parece que doblamos nuestros esfuerzos para destrozar y consumir más. Parece que hay una voz en las profundidades de nuestra mente, que dice:”Bueno, si fuera realmente tan serio, alguien nos pararía”. Es imposible ver esto como un instinto de supervivencia. Esta es la información que tenemos. Sabemos que nuestra vida depende de sistemas complejos como la atmósfera, las corrientes oceánicas, el suelo, en fin, la red de la vida en el planeta. Las personas que investigan los sistemas complejos han descubierto que se comportan de manera muy consistente, independientemente de si es un sistema bancario o una selva tropical, su comportamiento sigue ciertas normas matemáticas. En condiciones normales, el sistema se autorregula y mantiene su equilibrio, pero, bajo ciertos niveles de estrés, pasa un punto de inflexión que altera definitivamente su manera de funcionar. Cuando un sistema se altera, tiene un efecto dominó sobre otros sistemas que dependen de él. Esto es lo que ha provocado las extinciones masivas del pasado. Sabemos que nuestra supervivencia depende en que los sistemas del planeta tierra mantengan su equilibrio. También sabemos que muchos de ellos están dando señales de haber llegado a un punto de inflexión. Esperarías, de una especie inteligente como la nuestra, que en respuesta a toda esta información, de forma rápida y contundente. Pero no parece ser el caso. En un estudio del grupo de análisis mediática Albert, sabemos que la palabra “pastel” ha sido utilizada en los medios de comunicación 10 veces más que las palabras “cambio climático” en 2020. Es una ratio que refleja el compromiso de mantener la catástrofe global que nos espera en la sombra. El discurso público está dominado por trivialidades que hacen prácticamente imposible centrar la atención en la crisis que tenemos delante. Hay una especie de moscas que solo pueden depositar sus huevos en el agua del río si consiguen romper la superficie del agua. Si no, no pueden reproducirse. Parece que los humanos estamos en una situación parecida: o conseguimos penetrar la capa de frivolidades que distraen nuestra atención o estamos destinados para la extinción. Esta distracción incluso puede dominar nuestro discurso cuando intentamos centrarnos en la cuestión de la crisis climática, poniendo nuestra atención en cosas marginales, lo que llamo Gilipolleces del Micro Consumo (micro-consumerist bollocks) como el uso de pajitas de plástico en lugar de las fuerzas estructurales que nos están empujando hacia la catástrofe. Incluso llegamos a sentirnos en paz porque estamos reciclando o llevando un tote bag. La grande transición política de los últimos 50 años, empujada por el mercado corporativo, ha cambiado la estrategia desde un abordaje colectivo en la resolución de los problemas sociales, a uno individual. No es difícil entender el porqué en este cambio de estrategia, como ciudadanos que demandan un cambio estructural somos peligrosos, como consumidores no. En su grande libro Life and Fate, Vasily Grossman, analiza la época de Hitler y Stalin demostrando que la grande debilidad humana es una propensidad a la obediencia por en cima de la supervivencia. Si consiguiéramos penetrar la capa de frivolidades que nos ocupa a diario, lo primero que nos confrontaría es el tema del crecimiento. Los gobiernos miden su bienestar en relación con la ratio de crecimiento del país. Si alcanzáramos los objetivos del IMF y el Banco Mundial, que quieren un incremento del 3% en el crecimiento de la economía, significaría que todos los daños medioambientales que estamos viendo ahora se doblarían en los próximos 24 años. Todo esto se debe al sistema económico que nadie quiere nombrar: el capitalismo. Si le preguntamos a una persona en la calle de definir el capitalismo, dirá que es algo que tiene que ver con la emprendedoría y el mercado internacional. No se menciona con tanta facilidad el hecho de que este sistema se basa en el extractivismo, que a su vez se basa en el colonialismo. El capitalismo también hipoteca el futuro robando las generaciones venideras de su posibilidad de vivir dignamente. Estamos utilizando todos los recursos disponibles, dejando nada para el futuro. Aunque el capitalismo pueda tener sentido a un nivel teórico, en la práctica no es nada más que un esquema piramidal que necesita de una base en constante expansión. Pero, ¿es esta la esencia del capitalismo? No, el capitalismo solo es un medio para obtener riqueza. No importa lo muy ambientalista que te consideres, la causa principal de la crisis climática no es tu actitud, es tu manera de consumir. Es la manera en la que gastas tu dinero. Aunque te puedas convencer a ti misma que eres una consumidora ecológica, sigues siendo una consumidora. Prevenir el aumento de 1,5C en la temperatura global, quiere decir que las emisiones de dióxido de carbono no pueden superar las 2 toneladas por persona al año. Pero, las consumidoras promedia del mudo desarrollado consume alrededor de 70 toneladas. Bill Gates solo consume 7,500 toneladas, principalmente volando en su avión privado. Los mega ricos del mundo pueden estar conduciendo coches eléctricos y poner paneles solares en sus grandes villas, pero esto no hace nada en absoluto para reducir las emisiones a una escala global. Hay un umbral de pobreza bajo el cual nadie debería estar y tampoco nadie debería estar por encima. Pero, el gran daño que la riqueza desproporcionada oculta, es la cultura de la obediencia. Toleramos esta situación de desigualdad porque la narrativa capitalista nos ha dicho que la riqueza es el fruto del duro trabajo individual y que, por lo tanto, es un asunto individual el nivel de riqueza que una persona pueda acumular. La realidad es que las grandes riquezas son el producto de la explotación y la injusticia social. No necesitamos impuestos sobre las emisiones de CO2 sino sobre la riqueza. En nuestra indiferencia hacia los mecanismos que gobiernan nuestra economía, estamos acomodando los deseos de la clase explotadora, permitiendo el degrado ambiental hasta el punto que esto amenaza nuestra supervivencia. Los grandes agentes de cambio como Gandi o M.L. King sabían que un cambio sistémico solo se produce cuando una grande cantidad de personas se movilizan para demandarlo y hacerlo posible a través de sus acciones cotidianas. Nuestra vida depende de la desobediencia.
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