Economía, como ecología, es una palabra que nos lleva a las raíces, al hogar. Su etimología
griega, oikos, apunta al arte de administrar los recursos de la casa. Así que las dos palabras, economía y ecología, se refieren a algo inseparable, ya que nuestra casa es el planeta tierra. Sin embargo, son pocas las veces que en la narrativa económica se hace referencia a nuestra casa desde la perspectiva ecológica. Siguiendo la línea marcada por los artículos anteriores (Cuestionando el paradigma del colapso), vamos a intentar trazar la trayectoria de nuestra historia económica para entender la situación actual. El intercambio La casa es donde encontramos la satisfacción de nuestras necesidades más fundamentales: el afecto, el alimento, el descanso y la protección. Para que nuestra casa nos pueda propiciar esta satisfacción, debe tener ciertos recursos. Desde tiempo inmemorable (se especula que a partir de los últimos siglos del Paleolítico), los seres humanos han intercambiado recursos para dotar a sus casas de todo lo necesario para cumplir con su función. El intercambio era (y sigue siendo en cierta medida) una modalidad de vinculación entre seres humanos. En el intercambio no sólo se trasladan objetos, sino también valores y cualidades: honestidad, confianza, respeto, generosidad, admiración y por supuesto, todo lo contrario. El objeto se convierte en el punto de encuentro entre diferentes personas, y alrededor de este intercambio se generan diálogos, historias y cultura. El dinero, en su primera instancia, se utilizó como una herramienta para facilitar el intercambio, pero el foco seguía en el objeto. Los bienes intercambiados tenían una relación directa con la satisfacción de una necesidad real y concreta. El dinero, en cambio, no tiene valor intrínseco sino simbólico, su función se basa en la confianza de que este valor simbólico será reconocido por otras personas que estarán dispuestas a intercambiarlo por objetos. Así que mientras el dinero se empleó de esta manera, siempre estaba vinculado a cosas concretas y, por lo tanto, dentro de los límites de la realidad. El intercambio de dinero por servicios solo apareció en las ciudades-estados de los primeros grandes imperios, donde se empezó a separar el trabajo en áreas de especialización. Entre el 3000 a.C. y el siglo XVIII el dinero mantuvo esta connotación concreta, no existía el concepto de ahorro en general y la acumulación de dinero se consideraba moralmente problemática, ya que se entendía el mundo como un espacio finito, con una cantidad de objetos limitada. En consecuencia, tener más objetos de lo que le correspondía a una persona significaba haberlos quitado a otra, que se quedaría sin. Esto, obviamente, no preocupaba mucho a los reyes e imperadores que siguieron acumulando fortunas durante estos siglos, efectivamente privando a las demás personas de la posibilidad de satisfacer sus necesidades. Tal vez podemos entender la acumulación y el ahorro también como un síntoma de la ruptura en la confianza entre ser humano y naturaleza. Si percibimos la naturaleza como una madre que nos ofrece todo lo que necesitamos, en una relación de respeto mutuo, no hace falta ahorrar ni acumular. Lo que sí es necesario es mantener esta relación de respeto y cuidado mutuo. Si, en cambio, percibimos la naturaleza como una fuerza hostil y escasa, nuestra relación con ella cambia dramáticamente. Ya vimos en los artículos anteriores cómo la relación entre ser humano y naturaleza se alteró alrededor del Neolítico y cómo esto, poco a poco, fue cambiando todo. La narrativa del progreso Otro momento histórico que cambió radicalmente las cosas fue el avance tecnológico que empezó en la época del iluminismo. El foco de la cultura se movió hacia el intelecto, estableciendo paulatinamente la ciencia como referencia, en lugar de la religión. Este cambio trajo un concepto nuevo en la cultura occidental: la idea del progreso. Esta época consolidó aún más la separación del ser humano de la naturaleza. Aunque ya existía la narrativa del humano como dueño del mundo natural (Génesis), esto se entendía en términos de ser un buen administrador, ya que el mundo natural todavía se consideraba como manifestación de la magnificencia de Dios. La naturaleza limitaba las acciones de los humanos, como una madre limita las acciones de un niño y no le deja comerse todo el pastel. La tecnología y el progreso ofrecieron al niño humano la posibilidad de rebelarse y desafiar estos límites. La tecnología ofreció un caudal para la imaginación, para que se extendiese mucho más allá de las fronteras de lo "real" y el progreso sembró la creencia de que el futuro se dibujaría como una línea recta ascendiente en la historia de la humanidad, siempre a mejor. Todavía en nuestra cultura, la idea de progreso parece un mandato que se tiene que cumplir a toda costa, algo que a veces parece confundirse incluso con nuestra biología, como algo inevitable. El progreso significa la liberación del ser humano del yugo de la naturaleza, de sus limitaciones, percibidas como algo nefasto, que impide al ser humano expandirse hasta su máximo potencial. Por supuesto, apoyándose en la narrativa de la supremacía del humano sobre el resto de los seres vivos, su derecho a la expansión máxima es algo completamente indiscutible, cueste lo que cueste. Nuestra cultura está llena de referencias a lo de "romper los límites" como algo sinónimo con lo mejor del ser humano. Con el alejamiento de las creencias religiosas, la naturaleza dejó de ser un sujeto sintiente y se convirtió en materia inerte, este cambio allanó el camino para el capitalismo. Hipotecando el futuro Esta confianza extrema en la tecnología, como nuestra salvadora, ha generado el imaginario de un futuro siempre mejor, en otras palabras, cada vez más libre de limitaciones. También, respondiendo a la narrativa del Genésis en la cual la vida del ser humano estaría marcada por el esfuerzo, el progreso es sinónimo con comodidad, no con felicidad. En términos económicos, esto se traduce en que el dinero no tiene que estar vinculado con objetos reales, sino también puede vincularse con objetos que todavía no existen, pero que, gracias a la tecnología, seguro existirán. Esto introduce el crédito como componente esencial de la economía moderna. La posibilidad de obtener dinero, no a cambio de algo concreto, sino a cambio de una promesa. El dinero se puede intercambiar por más dinero, no hace falta producir objetos, sino mantener la promesa viva, aunque sea a tiempo indeterminado. El capitalismo se basa en esta premisa, que siempre habrá más. En un principio, varios factores contribuyeron al comienzo de capitalismo, uno de ellos fue la colonizacción los territorios pertenecientes a las poblaciones indígenas de los diferentes continentes. La concepción de que "siempre habrá más", todavía estaba vinculada a la posibilidad de apropiarse de más recursos concretos. Con el capitalismo moderno, el "más" se refiere a la confianza en que la tecnología nos permitirá extraer más recursos y crear más objetos, independientemente de su utilidad. O simplemente que se generará más impulso de consumir en las personas, aunque lo que consumen no responde en absoluto a sus necesidades reales. Así que el crédito se convierte en una apuesta colosal, cuya ilusión de éxito se tiene que mantener viva a toda costa. Crédito/deuda, trabajo asalariado y beneficios, son unos de los pilares del capitalismo, no hay responsabilidad ética o moral que pueda interponerse a estos principios. Si así fuera, no estaríamos viendo el nivel de explotación y esclavitud a lo que están subyugadas las poblaciones del sur global. Por esta razón el capitalismo es la fuerza impulsora de grandes injusticias sociales, ya que el capitalismo no tiene que rendir cuentas a nadie, lo único que necesita garantizar es el beneficio y el crecimiento. El beneficio de quien tiene la propiedad del capital, obviamente. A nivel ideológico, el capitalismo no puede reconciliarse con la finalidad del planeta, con los límites físicos que el planeta nos marca. El capitalismo reniega de esto como cualquier adolescente que reniega de las normas de sus padres. Por supuesto, en el caso del adolescente, ésta es una etapa necesaria en la construcción de su persona, en el caso de nuestra cultura, el capitalismo se parece más bien a algún tipo de trastorno delirante. La situación de colapso que estamos atestiguando es el choque de este delirio con la realidad: la Tierra tiene límites y no parece muy sabio luchar en contra de ellos. Atrapadas en la rueda del hamster Con su necesidad de expansión, el capitalismo ha impulsado la economía global, algo que puede parecer solidario y unificador pero que, en la realidad es todo lo contrario. Este sistema global ha alterado de manera extremadamente peligrosa la economía de cada territorio, imponiendo leyes que sólo sirven para mantener el mercado, desplazando la producción de alimentos y debilitando así la soberanía alimentaria de los países. La complejidad de la economía global hace que sea ahora un rompecabezas de primer orden saber por dónde empezar a desmontarla, si es que hubiera la intención de hacerlo. La subsistencia de poblaciones enteras, especialmente en áreas urbanas, está atrapada en estructuras que, si colapsaran de golpe, generarían verdaderos estragos. Por esta razón se sigue manteniendo de pie, aunque las señales de su inminente derrumbe se hacen cada vez más evidentes. Una transición lo más ordenada posible y bien planificada se hace imprescindible, para evitar el caos que se perfila con la crisis energética, debida al fin de los combustibles fósiles que han alimentado la expansión de la economía capitalista. El cuidado del hogar Pero cabe la pregunta ¿una transición hacia qué? Habiendo identificado el trayecto de la economía hasta aquí, podemos atrevernos a nombrar algunos elementos que podrían ser de guía en la creación de otros sistemas, volviendo a unir la economía con la ecología. Nuestra percepción del mundo natural como materia inerte necesita transformarse en apreciación y agradecimiento, recuperando la consciencia de que nuestra vida humana depende y es interconectada con la vida de todos los otros seres vivos. Nuestra percepción de que el ser humano es el ser más importante en el planeta, necesita recuperar cierta humildad y aceptar que somos una especie más en el gran despliegue de formas en las que la vida se expresa. Nuestro miedo a la muerte, a la incomodidad, a la imprevisibilidad de la vida, necesita encontrar algo de aceptación y serenidad, para que no se traduzca en comportamientos obsesivos en búsqueda de un sosiego que no puede llegar consumiendo el planeta. Recuperar nuestra dimensión espiritual, dar valor a las relaciones y aprender a cultivarlas, podría ser la nueva riqueza. Tal vez nos serviría volver a la raíz etimológica de la palabra economía y recuperar la idea de gestión del hogar, añadiendo una cualidad que posiblemente hemos aprendido a considerar como central: el cuidado. Imaginemos un hogar, una familia, en la cual la preocupación por la satisfacción real de las necesidades de sus integrantes es remplazada por el ansia de expandir cada vez más el tamaño de la casa, como si fuera una obsesión. El estrés gobernaría tal ambición, deteriorando las relaciones y privando el hogar de su función principal: ofrecer cobijo, seguridad, descanso, regeneración y alimento. El hogar se convertiría en un campo de batalla, generando conflictos interna y externamente, con las vecinas y la comunidad. Si, como cultura, pudiéramos salir de esta fase de adolescentes rebeldes, podríamos volver a relacionarnos con nuestra madre, la Tierra, desde el respeto y la aceptación voluntaria de sus limitaciones, no como un desafío, sino como algo intrínseco a la realidad de este planeta. Podríamos re-aprender a encontrar la abundancia (entendida como la capacidad de regeneración y no de acumulación) dentro de estos límites. Sustituir el concepto de abundancia con el concepto de plenitud y satisfacción, aprendiendo a reconocer cuando tenemos suficiente, nos traería cierta paz y sosiego. El valor de nuestra vida entonces no se mediría en la cantidad de dinero que podemos acumular, sino en la cantidad de belleza, sentido y harmonía que podemos generar en nuestro entorno y en nuestras relaciones. El dinero, en lugar de ser una entidad con vida propia, un fantasma hambriento que demanda siempre más comida sin nunca encontrar saciedad, volvería a ocupar su lugar, como herramienta de intercambio. Libros y recursos que me han ayudado a escribir este artículo Trade and Production Through the Ages- Editors: Ertekin Doksanalt, Erdoan Asla Sapiens. De animales a dioses: Una breve historia de la humanidad- Yuval Noah Harari The emergence of an international food system - Kelly Reed and Lisa Lodwick Talking to my daughter about capitalism- Yanis Varoufakis Degrowth: A Theory of Radical Abundance [PDF] [PDF in Spanish]- Jason Hickel A Green New Deal Without Growth? [PDF]- Jason Hickel, Riccardo Mastini and Giorgos Kallis Colapso- Carlos Taibo Everybody talks about capitalism- Kajsa Ekis Ekman, TED talk
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